(...) En la última Junta General del BBVA celebrada a mediados de marzo ocurrió algo insólito: dos accionistas se atrevieron a poner en cuestión la remuneración del presidente de la entidad. El todopoderoso presidente, que había acudido a explicar los éxitos y bañarse en la gloria, se encontró inmerso en la cruel disyuntiva de si era ético o no. Quería explicar la bondad de las últimas operaciones consumadas por el banco (...), pero tuvo que bajar a lo más doméstico y sencillo: el sueldo de uno de los miembros de la entidad. Precisamente, su sueldo.

(...) El presidente escuchó por boca de dos accionistas que «entre la aportación al fondo de pensiones y el sueldo ha recibido 3.200 millones de las antiguas pesetas (en un solo ejercicio de un año)», lo cual debe provocar el repudio de la sociedad y supone un gran coste para el propio banco. Los mismos que le echaron en cara estos datos pidieron una censura a las escandalosas retribuciones del presidente y se preguntaron cómo una persona puede valer tanto.

Y fueron respondidos, ¡cómo no!, porque la desvergüenza convierte a los valientes en osados y a los resueltos en desatados. El presidente no dudó en afirmar que su remuneración «puede parecer alta» y «éticamente discutible», aunque está en línea con las de otras empresas grandes. No obstante, protegiéndose en la generalidad, se mostró dispuesto a explicar todos los sueldos de la empresa, a los que consideró «éticos y legales». La ética y la legalidad están reñidas cuando se trata de estos asuntos. La una tiene mucho que ver con la ley natural y la dignidad de las personas, mientras que la otra sólo tiene en cuenta el código de leyes de cada momento. El capitalismo, que permite que el presidente de un banco gane casi 20 millones de euros en un año, es un sistema o ideología legal pero es, por principios, inmoral porque permite afrentas como ésta.

Con el mismo dinero que el Sr. González cobra en un año viven, al menos, 39.500 personas en el mundo, de esas que sobreviven con menos de un dólar diario.