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Raimundo Fitero

Gambetear

No importa que no le interese el fútbol, por fuerza de la estadística y del cálculo matemático, seguro ha visto el gol de Leonel Messi. Por lo menos una vez, aunque tampoco sería de extrañar que lo hubiera ya contemplado en una docena de ocasiones. Ha escuchado las narraciones en diferentes idiomas, las declaraciones de amigos y contrincantes y habrá escuchado adjetivos y comparaciones con Maradona y hasta con el mismísimo Dios. Son las cosas del poderío mediático.

Estamos en tiempos de glorificación digital. Este joven menudo al que sus compañeros apodan «la pulga», tiene diecinueve años y ha asegurado el futuro económico para varias generaciones de su estirpe. Sigue siendo un chaval cohibido, casi se diría que acomplejado y protagoniza de manera indirecta un magnífico anuncio refiriéndose a su antigua enfermedad que le impedía crecer.

Mi teoría es que se ha montado tanto bombo por una necesidad entre comercial y social. Paralelamente a estos doce segundos de carrera sorteando rivales se pueden colocar los vídeos y fotos mandados por el surcoreano Cho a la NBC, entre las dos sesiones de tiro al estudiante que protagonizó en una politécnica de Virginia. Exhibición de armas, estructuración de un discurso de revancha o de implicación, regusto por la puesta en escena con gestualidad violenta frente a una cámara, la búsqueda de una gloria mediática a base de su propia vida. Ser famoso de manera póstuma. El joven argentino gambeteó, sorteó, dribló a varios jugadores contrarios y ha logrado encaramarse, una vez más, al olimpo. El estudiante resentido no ha sabido sortear los impulsos primarios.

De lo sucedido en el campus de Virginia se pueden sacar algunas conclusiones, pero la frase más estremecedora es la del vendedor de las armas que ha reflexionado en voz alta y ha dicho: «si todos los estudiantes hubieran tenido armas, no se hubiera producido la masacre». Un dribling a lo políticamente correcto, pero una noción de la realidad bastante sostenible en el tiempo y el espacio en donde se pronuncia. Un acto de propaganda de su negocio, y a la vez un escupitajo lanzado con precisión a la conciencia dudosa de los ingenuos.

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