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Vieja pugna, escenario nuevo

La campaña ha terminado para diez candidatos o quizás sólo ha concluido la pugna de cada cual por obtener un porcentaje de voto que dé derecho a algo. Dos candidatos concurrirán a la vuelta definitiva del 6 de mayo, el primero estaba cantado, la mayoría presidencial ha garantizado con comodidad el pase a Nicolas Sarkozy. El boleto de Ségolène Royal es más significativo, pero ¿tendrá valor de cambio? Bayrou logra un resultado que avala a futuro su proyecto de regenerar el modelo liberal. Su porcentaje le permite no dar consigna de voto de cara al 6 de mayo y hacerse querer para las legislativas. La izquierda antiliberal se une en torno a Royal, lo que no le exonera del errror de no haber cuajado una candidatura común.

Maite UBIRIA

Los franceses tienen estas cosas. El país europeo más adicto a la demoscopia no autoriza los sondeos durante la jornada electoral. ¿Cuál es el recurso habitual? Recurrir a los medios internacionales. Hasta hace unos años, lo más práctico era contactar con vecinos, preferentemente en Bélgica o Luxemburgo, para conocer los vaticinios de las empresas del ramo sobre el resultado final. En la era digital, el clik permite, primero solventar la curiosidad, y ya en la vertiente más práctica, avanzar los primeros análisis. Esta segunda cuestión no es de segundo rango dado que la segunda especificidad hexagonal es el tortuoso sistema de recuento y divulgación de datos.

Hasta cierto punto esa complejidad guarda coherencia con el propio modelo de elección, con este sistema que, bajo la fachada de la pluralidad, esconde rancios arcaísmos.

Los ganadores del primer asalto han tenido a bien ajustarse a lo previsto. En 2002, el sistema jugó una mala pasada y no fue posible simular que la presidencia francesa albergara idearios políticos de todo signo. No fue ese el objetivo de De Gaulle al instaurar el sistema mayoritario a doble vuelta. Nada más distinto a la intención del general que habilitar un modo para que la rebeldía social y el espíritu crítico que salpican los pasajes más aprovechables de la historia francesa se puedan colar en los pasillos del Elíseo.

En 2002 no fue posible escenificar un duelo derecha-izquierda que, con la excepción de François Mitterrand -quien, no cabe olvidarlo, fue ministro de De Gaulle- ha beneficiado tradicionalmente a la derecha. Hace cinco años, la incursión de Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta provocó una conmoción sociopolítica que no ha alcanzado, sin embargo, para una reforma del modelo de escrutinio. A la vista de los hechos quizás haya que inferir que ni siquiera en esa ocasión falló la premisa conservacionista que sostiene el sistema. Primó, de nuevo, la búsqueda de la estabilidad a la cabeza de la República, de modo que un presidente bajo la sombra de la corrupción se vio arropado por una mayoría abrumadora. En pocas ocasiones un mandatario representa a un porcentaje tan amplio del espectro político y a la vez concita menor apoyo popular.

La «mayoría a la Búlgara», con perdón de las connotaciones de la expresión, no es previsible que se repita en su «versión húngara». El delfín de la derecha, Nicolas Sarkozy, se encontrará en la segunda vuelta con la contrincante prevista. Luego, el voto republicano pierde el sentido profundamente obsceno que adquirió tras la debacle protagonizada por Lionel Jospin.

¿O quizás la candidata del PS va a lanzar un mensaje agónico para salvar a la patria de las propuestas políticas de Sarkozy? Si nos atenemos a los planteamientos realizados por el aspirante de la UMP durante la campaña, no faltan motivos. ¿O acaso es más asumible la amenaza -«quienes no amen a Francia, que se vayan»- cuando sale de boca del ex alcalde de Neully que cuando la pronuncie el ultraderechista «oficial»?

¿La propuesta del Ministerio de la Inmigración desmerece en algo a la iniciativa de Le Pen sobre la prioridad del nacional? ¿No viene a convertirse, de hecho, en la promesa de materialización del sueño del FN de que el principio de origen prevalezca sobre el derecho de ciudadanía en la base de la República francesa?

La izquierda ante la incógnita Ségolène podría ser la frase que resumiera el estado de ánimo de los sectores progresistas del Hexágono. Quienes conservan la memoria recordarán el subidón de adrenalina que marcó la victoria de Mitterrand en 1981, y hasta el profundo desencanto con que se cerró esa etapa política, una decadencia que a fecha de hoy sigue pasando factura a un PS que se ha confiado -a regañadientes- a Ségolène para encandilar al centro político y aligerar con un éxito electoral el pesado lastre del pasado.

¿Reclamará el voto útil el partido que pidió el «sí» en el referéndum del Tratado Constitucional de la Unión Europea demostrando su lejanía de las capas populares?

Ségolène Royal ha pasado a la segunda vuelta, y eso es lo que, de momento cuenta. Y nadie le niega el derecho a saborear su victoria, máxime teniendo en cuenta las muchas zancadillas que ha encontrado por el camino, particularmente en casa.

Estar en la final no es ganar el partido pero, como el córner, para Ségolène tiene un dulce sabor a mitad de gol. A partir de hoy, el PS tratará de tomarse la revancha de 2002. Paradójicamente, el mismo electorado al que este partido emplazó entonces a votar por Chirac, será hoy solicitado por la candidata del PS para salvar al Estado francés de la amenaza Sarkozy.

Son las cosas de un modelo de elección que distorsiona en extremo el sentido del voto, hasta el punto de someter periódicamente a la ciudadanía al ejercicio de la no elección. Es decir, al votante le corresponde no tanto determinar cuál es su candidato como cerrar el paso al que se sitúa más lejos de su ideario.

El voto útil es el voto inútil. Versión edulcorada de una máxima de regusto anarquista que vuelve la memoria a cada cita con una mudanza en el Elíseo. Inútil buscar en la segunda vuelta un voto útil para quienes aspiran al reconocimiento de Euskal Herria. Nuestro país no existe ni para Sarkozy ni para Royal. Lo que no implica que den una misma imagen a ojos de la ciudadanía, tampoco de la vasca. Pero como la vista es el menos fiable de los sentidos, algunos optan ya por reservarse para dar en las legislativas un mensaje alto y claro al Elíseo.

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