Ya lo veníamos advirtiendo: en Euskal Herria, por desgracia, la tortura no ha desaparecido. El hecho de que el pasado año fuera un año relativamente «tranquilo» en lo que a esta práctica se refiere, no debía hacernos bajar la guardia. La tortura no había desaparecido; simplemente, y dada la situación política, no les interesaba aplicarla. Creaban así un espejismo que ocultaba la pervivencia del engranaje que la posibilita y se reservaban la capacidad de ponerlo de nuevo en marcha, y de nuevo ha quedado en evidencia la utilización de la tortura con fines políticos. Legislación especial, jueces ciegos, políticos que miran hacia otro lado, incomunicación. Mientras no acabemos con ello la tortura no desaparecerá.

Decía ZP en diciembre que estábamos mejor que hace un año y que dentro de un año estaríamos aún mejor. Pues bien, en lo que se refiere a la tortura es claro que estamos peor (un par de denuncias en 2006 frente doce en lo que va de 2007), y es responsabilidad de todos que no estemos peor el año que viene.

Y también los miles de torturados que ha dejado el conflicto político tenemos la obligación de dejar de ser invisibles, de aparecer con rostro, con nombre y apellidos. Agrupándonos en torno al TAT y la Asamblea de Torturados hemos de convertirnos en testigos incómodos que les recuerden a los políticos de turno que aquí no hay democracia, que existe un conflicto que hay que solucionar urgentemente. Debemos exigir el reconocimiento de nuestra existencia y, por tanto, de la tortura misma. Para garantizar que no se repita, que hechos tan degradantes no queden impunes.