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El negocio de la conspiración

Iñaki IRIONDO

Tres presos políticos terminaron por cerrar ayer uno de los pocos caminos que les quedaban a los defensores de la ocurrencia de que ETA tuvo algo que ver con la matanza del 11-M. Los intentos del abogado de Jamal Zougam y Basel Galhyoun, José Luis Abascal, por buscar extrañas conexiones de la organización armada vasca en Irak o el Líbano no hicieron sino mostrar aún más ridícula la denominada «teoría de la conspiración», que hoy no tiene más apoyo que el de aquellos que viven de ella.

El 11 de marzo de 2004 José María Aznar erró en sus cálculos. Entendió que si podía mantener hasta el 14 de marzo la idea de que los atentados habían sido obra de ETA, el PP ganaría las elecciones. Pero los hechos discurrieron más rápido que lo calculado y la ciudadanía comprobó a tiempo que no había «dos vías de investigación», como decía Ángel Acebes, sino que el Gobierno estaba manteniendo una patraña de forma interesada. A partir de ahí, la llamada «teoría de la conspiración» nace como una necesidad del PP de justificar su infame actuación entre el 11 y el 14 de marzo. Ahora Mariano Rajoy dice que nunca dijeron lo que dijeron. Debería repasar la comparecencia de José María Aznar ante la Comisión de Investigación del Congreso, cuando afirmó que ETA «pudo tener algo que ver con los atentados».

Lo que inicialmente fue una autojustificación de la derecha se ha convertido con el tiempo en un engorro para el PP, pero en un sustancioso negocio para determinados medios. Las fabulaciones iniciales generaron su propio público y algunos tratan ahora de alimentarlo aprovechando las lagunas que siempre tiene cualquier sumario de estas dimensiones y las negligencias policiales. Pero no buscan la verdad, buscan vender y malmeter.

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