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Maite SOROA

El homenaje a algunos

Ibarretxe y los suyos celebraron el domingo su particular acto de homenaje a algunas víctimas del largo conflicto que aquí padecemos. No se juzga aquí ni su sentido, ni su oportunidad ni el objetivo que perseguían sus promotores, pero a la vista está que ha satisfecho a muy pocos.

En los medios del Grupo Vocento le apretaban las tuercas al jelkide y le recordaban lo que tiene que hacer. Así lo escribía el editorialista de «El Diario Vasco»: «Es obligado señalar que ha sido precisamente la persona del principal impulsor de la jornada, el lehendakari Ibarretxe, la que se ha erigido, por su actitud a veces insensible con las víctimas, en una de las causas principales de su precario resultado. En el lehendakari se han personalizado las críticas y los recelos que un buen número de víctimas, presentes en el acto de ayer o ausentes de él, dirigen con razón al conjunto de las instituciones vascas».

Y, al final, hablaban de lo suyo: «ese compromiso no puede limitarse a la expresión de sentimientos de compasión, ni reducirse a la condena moral de la violencia. Ha de tener también consecuencias políticas. La dignidad de las víctimas comienza a ser reconocida y respetada cuando se proclama la radical injusticia que con ellas cometieron sus verdugos (...) No cabe tampoco ningún tipo de diálogo o de negociación con los verdugos o con sus representantes que ponga sobre la mesa precio o premio alguno que acabe justificando a posteriori la radical injusticia que éstos cometieron con sus víctimas».

Y en parecidos términos se expresaba, en «El Correo Español», su comentarista habitual Florencio Domínguez: «El acto de homenaje de ayer es un paso -insatisfactorio a juicio de una parte importante de las víctimas-, que se une a otros de ámbito municipal que se están desarrollando en los últimos meses. La petición de perdón, sin embargo, no puede ser considerada como el punto final de las reparaciones debidas a las víctimas y a sus exigencias de reconocimiento y justicia». Ya empezamos.

Y, en la guinda, la exigencia: «Si se quiere ser coherente, la memoria de las víctimas tiene que estar viva en el ejercicio de la política cotidiana para marcar distancias con los verdugos. Porque detrás de cada víctima hay un verdugo y si se pretende ser solidario con la primera no se puede compartir luego simpatías, causas, comprensión o sobreentendidos con el segundo. Si no ocurre así, lo de ayer habrá sido sólo teatro». A Ibarretxe le marcan de cerca.

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