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Muere Yeltsin, loado por Occidente y denostado por sus compatriotas

Boris Yeltsin, el cuadro del PCUS que ya como presidente ruso dio la puntilla a la URSS, murió ayer a causa de una «insuficiencia cardiovascular multiorgánica». Tan glorificado a su muerte por las cancillerías occidentales como criticado por una población rusa que no acostumbra a hablar mal de los muertos, la trayectoria política y personal de Yeltsin resume a la perfección el proceso de descomposición que asoló al país más grande del mundo en los noventa.

MOSCÚ

El primer inquilino del Kremlin tras la caída de la URSS, Boris Yeltsin murió a los 76 años de edad «a causa de una progresiva insuficiencia cardiovascular multiorgánica», anunció Sergei Mironov, jefe del Centro Médico del gabinete de la Presidencia rusa. Poco después de ser reelegido presidente de Rusia en 1996, fue sometido a una operación para instalarle cinco puentes coronarios en el corazón.

Aficionado confeso al vodka, sus problemas de salud se agravaron y sufrió dos neumonías y una úlcera sangrante antes de ceder sorpresivamente el poder, en 1999, a Vladimir Putin. Más allá de su debilitada salud, Yeltsin se aseguró con este relevo la impunidad pese a los crecientes escándalos de corrupción en torno suyo, el último conocido como el Kremlingate.

Putin se limitó a mostrar por teléfono sus condolencias a la familia de su antecesor, consciente de su impopularidad entre la población rusa.

Al margen de la clase oligárquica que lloró ayer a quien permitió su enriquecimiento a costa de las ingentes riquezas del gigante euroasiático, era imposible encontrar a alguien en Moscú deseoso de hacer un panegírico de su ex presidente.

No faltaban los insultos a quien «vendió el país» y manifestaciones de júbilo, pese a que la tradición cristiana ortodoxa ve con muy malos ojos criticar a una persona muerta.

«Coraje histórico»

Por contra, las cancillerías occidentales, lideradas cómo no por EEUU, saludaron el «coraje» y su «papel histórico», en referencia a su liderazgo en la desaparición de la URSS.

Desde antiguos líderes europeos como Helmut Kohl y Margaret Thatcher hasta los actuales responsables de la UE y la OTAN, todos coincidieron en glosar su «contribución decisiva a la instauración de la democracia y el libre mercado en Rusia».

 
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