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El fracaso israelí en Líbano ya tiene cara

El 12 de julio del pasado año, el Gobierno israelí decidió lanzar una ofensiva contra Líbano, que se prolongaría hasta el 14 de agosto, dejando un saldo de más de mil ciudadanos libaneses y 163 soldados israelíes fallecidos. Líbano se llevó la peor parte en lo concerniente al número de víctimas, pero el Gobierno israelí cosechó un enorme fracaso. Tras la deshonrosa retirada del Líbano en el año 2000, este segundo fracaso ha dejado tocada la imagen de invulnerabilidad de la Armada israelí, reforzando de rebote a un Hizbulá fuerte y preparado no sólo para responder a la fuerte ofensiva lanzada contra ellos en la frontera sur del país, sino también para crear el pánico en Israel con el lanzamiento masivo de cohetes. Y el Estado de Israel quiere poner cara, nombre y apellidos al fiasco.

Ayer se presentaron las conclusiones de la primera parte del informe elaborado por la comisión creada para investigar las responsabilidades de los «fallos» cometidos en aquella guerra. Las conclusiones son contundentes al imputar las responsabilidades del fracaso al primer ministro israelí Ehud Olmert, el ministro de Defensa Amir Peretz y el ex jefe del Estado Mayor general Dan Halutz. La comisión Winograd habla de falta de experiencia, de falta de conocimiento, de precipitación... se preocupa del fracaso político y militar que supuso la ofensiva para Israel, y la comunidad internacional se pierde en elucubraciones sobre las consecuencias políticas que para el primer ministro israelí puede tener este informe, enterrando en el olvido que el mayor «error» de esta guerra fue hacerla y que sus peores consecuencias fueron las víctimas y la destrucción de un país que generó en sus sólo 34 días de duración.

La corrupción es ya un mal estructural de la política israelí, pero hay políticos cuya credibilidad se ve más mermada. Olmert y Peretz están entre ellos. Aunque tal vez no se trate tanto de su implicación en redes de corrupción como el hecho de que no sean militares y no cuenten, por ello, con los suficientes agarres en los ámbitos de poder como para escapar a la necesidad del Gobierno de ofrecer culpables de la ruinosa «aventura» libanesa.

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