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J. Ibarzabal Ldo. en Derecho y Ciencias Económicas

Sobre la identidad

Prácticamente todas las corrienyes de pensamiento contemporáneo coinciden en destacar la maldad de la «identidad», porque ha provocado mucho daño con su metafísica en el pensamiento occidental, y en poner de manifiesto la bondad de la «diferencia», que desemboca en la destrucción del discurso clásico y moderno, no dejando títere con cabeza del mundo platónico y cartesiano.

Sin embargo, negar la recuperación de de la identidad como sustrato natural de las reivindicaciones de las Naciones sin Estado, en base a la «mala prensa» que este principio ha tenido en la mayoría de los pensadores contemporáneos, sería negar una proposición de sentido común, cuyo significado es entendido por todos, es popular.

Personalmente abogo por la construcción de un pensamiento identitario que congenie las exigencias polares de la identidad y de la diferencia.

Resulta chocante comprobar que en la reciente campaña de las elecciones presidenciales francesas, los candidatos y candidatas han hecho especial hincapié en la recuperación de la identidad, ligándola a la recuperación del peso de Francia en el mundo, con especial atención a las zonas francófonas en Africa.

Ningún «mea culpa» por la responsabilidad directa en las atrocidades cometidas en Ruanda, en Argelia (consecuencia del robo electoral al Frente Islámico de Salvación). Sólo nostalgia. Nostalgia de la época imperialista, colonialista, donde la grandeur de Francia pueda volver a cometer a tope las tropelías de la barbarie del neocolonialismo.

Esta identidad añorada por los franceses (identidad hegemónica, imperialista) no tiene nada que ver con la identidad reclamada en la reivindicación soberana de las Naciones sin Estado, y concretamente en la de Euskal Herria. Porque el logro de este tipo de reivindicaciones supondría mermar el poder hegemónico de los estados plurinacionales mastodónticos (Francia, España, Reino Unido, Canadá, Rusia, China...) y atacar el problema en su raíz.

Se abriría un futuro esperanzador, configurando una Confederación Mundial de Pueblos, bajo la égida de las Naciones Unidas. Un nuevo orden mundial político y social, con la progresiva desaparición de las fronteras, y una ONU eficaz y operativa en el logro de la paz y justicia social.

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