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Sejo Carrascosa Técnico en prevención de «SIDALAVA»

Un paseo por la homofobia cercana

No pasaría a más la instantánea si no fuera por la leyenda que uno de los futboleros, con cara de energúmeno, llevaba impresa en su camiseta: «Que se cierre el armario de una puta vez»

Hoy es el Día Internacional contra la Homofobia, y se volverá a hablar sobre la terrible situación que sufren las personas homosexuales y transexuales en los 91 estados que aún criminalizan la homosexualidad, algunos aplicando la pena de muerte. Esta dramática situación no nos debe conducir al compromiso y a la solidaridad únicamente, nos debe servir para aproximarnos a unas realidades que no por ser cercanas son menos crueles. Realidades enraizadas en el odio y los prejuicios, que crecen gracias a la ausencia de una voluntad política que haga frente a los mecanismos de odio que representan.

Intentaba tomar el hamaiketako el otro día mientras un diario deportivo, que no suelo leer por falta de interés -a no ser el deleite de ver los hermosos cuerpos de los deportistas-, me mostraba un futbolista celebrando un gol ante su hinchada enfervorizada. No pasaría a más la instantánea si no fuera por la leyenda que uno de los futboleros, con cara de energúmeno, todo hay que decirlo, llevaba impresa en su camiseta: «Que se cierre el armario de una puta vez», rezaba el textil del fanático futbolero. Supongo que el portador de tamaña leyenda se siente agredido y abrumado por la visibilidad homosexual que se ha producido, y reivindica otros tiempos donde las lesbianas, gays y transexuales sólo protagonizaban el chiste, la amenaza o la agresión.

No se trata de analizar la calidad de los sentimientos, viles y muy viriles que surgen de las catervas machirulas reunidas por aficiones concretas y con fines más ociosos que constructivos, de los que desgraciadamente tenemos muchos ejemplos: cazadores, tunos, militares, blusas... sino de cuestionar las ayudas y reconocimientos que desde las instituciones reciben bajo epígrafes de grupos recreativos o tradicionales. Malditos recreos y tradiciones que siguen expandiendo sus valores de odio, exclusión y muerte financiados con el erario público y el beneplácito de las administraciones.

No se trata de la suspicacia de un viejo marika que ve actos homofóbicos a la vuelta de cada esquina, sino de una realidad dolosa en clara contradicción con el «buen rollito» de las declaraciones institucionales que hoy hará la clase política. Si bien este año el tema quedará solapado por las elecciones, y esto sería una gran oportunidad para saber qué plantean en sus programas respecto a la diversidad sexual. Aun así asistiremos a un cúmulo de buenas palabras y alguna foto con los líderes más dóciles del movimiento GBLT. Pero no veremos a Alfonso Alonso, todavía alcalde de Vitoria-Gasteiz reprobando la actitud de su mentor Jaime Mayor Oreja y del navarro Jose José Javier Pomés que votaron en contra de la resolución de la Eurocámara condenando «los comentarios discriminatorios formulados por líderes políticos y religiosos en relación con los homosexuales», especialmente en Polonia. Votación de la que se abstuvieron todos los diputados del PP, excepto los susodichos, que como el forofo de la camiseta, al sentirse agredidos han preferido alinearse al régimen inquisitorial y fundamentalista de los gemelos Kaczynski, ofreciendo la verdadera cara homófoba del PP, que cada vez que se habla de derechos civiles no duda en anteponer su ideología basada en el odio y el desprecio. Ni tampoco será Alberto Ruiz Galardón, que no duda en hacer campaña saliendo de portada en la revista «Zero», demostrando así cómo este proyecto editorial traiciona las luchas y reivindicaciones del movimiento LGBT, el que denuncia la política homófoba y discriminatoria del PP.

Y no es únicamente en el PP donde se acomodan las posturas más reactivas y carcas. En los demás partidos también podemos encontrar realidades que delatan, no sólo su falta de interés y voluntad política para la promoción e implementación de actitudes más homófilas, sino que bajo el paraguas de su electorado o de populismos casposos, no dudan en participar en los actos que la secta vaticana promueve, con una buena lubricación del erario publico. Asistimos atónitos a las salidas de tono reaccionarias del Arzobispo de Pamplona suseñor Fernando Sebastián alertando sobre el matrimonio homosexual como una «epidemia de homosexualidad, fuente de problemas psicológicos y frustraciones dolorosas». Estos resquicios del fascismo en el aparato eclesiástico son obviados por fiscalías y judicaturas, que no dudan en otras ocasiones en actuar con el código penal en la mano, y excusados sin escrúpulos por los detentadores de poder. Para luego tener que oír a tertulianos y políticos sobre las maldades del integrismo islámico.

Este paseo por las realidades homófobas cercanas puede llegar a ser interminable, campea a sus anchas por los colegios, atraviesa fábricas y oficinas, se enquista en las redacciones de periódicos y revistas, franquea juzgados y cárceles, surca canales de televisión y radio, se siente cómodo en los cuartos de estar y en las cocinas, y no le tiembla el pulso cuando te pone un pote. Desgraciadamente, para hablar de homofobia, no es necesario un viaje por esos 91 estados que mantienen leyes antihomosexuales; hay realidades cercanas donde los mecanismos de odio y exclusión nos escupen a la cara. Hagamos que el paseo no sea una senda de odio y destrucción.

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