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Elecciones en Euskal Herria

Aquella encrucijada del PNV

Josu Jon Imaz y Juan José Ibarretxe compartían ayer cartel en el mitin del PNV. El presidente jelkide bajó el diapasón respecto a la izquierda abertzale, después de haber llamado garrapatas a sus militantes y de formular inquietantes propuestas de pactos en su contra. En los últimos meses, Imaz ha sido contundente para no tener que enfrentarse a encrucijadas que inviten a explorar caminos fuera del marco actual.

Iñaki Altuna

Corría 1999 cuando se celebraron las últimas elecciones municipales y forales en las que la izquierda abertzale pudo presentarse con opción a ocupar los escaños que le correspondían. Fueron unos comicios claves.

Euskal Herritarrok (EH) subió de votos respecto a las autonómicas del año anterior y alcanzó el techo de la izquierda abertzale. Sin embargo, en aquella noche electoral la alegría no era plena en las sedes independentistas, porque albergaban la sospecha de que en el PNV, llamado entonces «compañero de viaje», iban a hacer mella los resultados negativos que había cosechado el partido gobernante en muchas de las instituciones en juego. La precipitada coalición con EA no logró frenar la caída.

Nada más celebrarse aquellas elecciones, en la trastienda de las reuniones habituales entre la izquierda independentista y el PNV, la primera planteó un acuerdo global, que llevaría parejo la gobernabilidad de las instituciones, para avanzar en el proceso abierto el año anterior. En el mundo peneuvista, sin embargo, se había instalado ya la teoría del camello, según la cual Arnaldo Otegi cabalgaba sobre la primera joroba y sujetando las riendas, y Joseba Egibar pegaba botes de forma descontrolada sobre la segunda. La cuenta de resultados particular del partido era, por tanto, poco satisfactoria, por muy importantes que fueran las posibilidades de llevar al país a un nuevo escenario de mayor soberanía y, por esa vía, de paz.

De ahí a las declaraciones del diputado general de Gipuzkoa, Román Sudupe, de que nunca abriría las puerta de la Hacienda a EH sólo hubo un paso. Tras descubrirse ahora el fraude recaudatorio en las oficinas de Irun, al que ayer Markel Olano dedicó prácticamente toda su intervención en el mitin celebrado en esa localidad, no se puede evitar la sospecha de por qué los mandatarios jelkides se mostraban tan celosos en guardar la llave del calabozo. No deja de ser sarcástico que Sudupe diera a entender que la izquierda abertzale no haría buen uso de la Hacienda guipuzcoana.

Fueron, efectivamente, unas elecciones claves, pues marcaron el viraje del PNV respecto a su efímera apuesta de Lizarra-Garazi. La izquierda abertzale interpretó que los jelkides se encontraban en una encrucijada, entre una vuelta al redil con un posible pacto con el PSOE o, aunque cada vez con menos esperanza, una apuesta por continuar por la senda de la construcción de Euskal Herria. Olvidó que había una tercera posibilidad: que el PNV se sentara, evitara resolver esa encrucijada y esperara a mejor ocasión para fijar su estrategia. Cierto es también que la ofensiva contra Ibarretxe lanzada al alimón por el PP y el PSE dejaba poco margen para ensayar una entente con el partido que entonces lideraba Nicolás Redondo Terreros. Así, según la metáfora utilizada en su día por Xabier Arzalluz, su partido se colocó como Jesucristo entre dos ladrones, entre la maximalista izquierda abertzale y el españolismo del tándem PP-PSE.

El resultado fue bueno para el PNV, ya que logró hacer frente al aluvión que pretendía aupar a Jaime Mayor Oreja a Ajuria Enea y desgastó a la izquierda abertzale, a la que hizo pagar la desilusión por el final de Lizarra-Garazi.

La ruptura del proceso dio paso a una situación ciertamente dura, aunque también dejó algunos principios (Euskal Herriak du hitza eta erabakia) para intentar, en el futuro, nuevos avances para la resolución del contencioso vasco.

En cualquier caso, con la marcha atrás del PNV, el proceso político basado en el acuerdo entre las fuerzas que se reclamaban abertzales parecía cerrado. Un nuevo intento por abordar el conflicto, a tenor de lo que se podía escuchar en diferentes círculos de la izquierda abertzale, tendría otro carácter. Entretanto, eso sí, sólo pintaban bastos, con un alto grado de confrontación y tensión.

Tras el final del ciclo electoral con la cita de las autonómicas de 2001, donde EH obtuvo unos resultados realmente malos, un Ibarretxe muy fortalecido por sus 600.000 votos comenzó el largo peregrinar de su famoso plan, el PSE levantó el pie del acelerador en su hostigamiento al lehendakari jelkide (prefirió blindar un pacto de hierro con el PP para combatir al independentismo) y la izquierda abertzale empezó a reflexionar para renovar su propuesta política. Ya en 2002, internamente, se hablaba de la actualización de la Alternativa Democrática (hecha pública a mediados de los 90), lo que con el tiempo y el transcurrir de los acontecimientos derivó en la propuesta de Anoeta, de noviembre de 2004.

En ese tránsito, Batasuna se encontró con un reto de primer orden: hacer frente a la ilegalización que pretendía su destrucción política y social. Las elecciones municipales y forales de hace cuatro años fueron para el independentismo la demostración de que podía superar esa envestida y, con ello, la señal de que podría intentar abrir un nuevo ciclo de solución en términos políticos. En ese contexto, lanzó diferentes iniciativas, sin olvidar que ya mantenía canales de comunicación con otras fuerzas y que el PP estaba corriendo el riesgo de jugárselo todo a la carta de la destrucción total de «ETA-Batasuna». Una obsesión que le llevó a estrellarse a consecuencia de los atentados del 11-M.

Al PNV, sin embargo, le pilló este cambio de escenario en medio de su propia indefinición. La referencia del Plan Ibarretxe se desinfló en dos episodios. En lugar de gestionar la mayoría que había logrado en el Parlamento de Gasteiz, Ibarretxe marchó a Madrid para recibir un «no» y aprovecharlo en las urnas, pero el resultado que éstas depararon en la primavera de 2005 dejó mucho que desear. Asimismo, el PNV tuvo que dilucidar el duelo interno abierto por la jubilación siempre postergada de Xabier Arzalluz, que se saldó con la designación de Josu Jon Imaz.

Así, ante el proceso abierto gracias a las circunstancias descritas, la dirección jelkide reaccionó con desconfianza, hasta el punto de difundir la pintoresca teoría sobre una pinza entre el PSOE y Batasuna para descabalgarle del poder institucional. Teniendo en cuenta que una posición negativa de este partido podía ser un auténtico obstáculo para la fase de definición del proceso, como lo recordaba la experiencia de Argel -donde no pudo meter baza y adoptó una actitud que rayó en el boicot abierto-, su incorporación al mismo parecía una asignatura obligatoria.

Pero... ni contigo ni sin ti. La salida a escena del PNV como uno de los agentes principales para perfilar el acuerdo político sobre el que resolver el conflicto no ha tenido otro resultado que la negativa a llegar a una propuesta donde se abordasen los nudos gordianos del conflicto. Al parecer, ni siquiera ha alcanzado las posiciones del ya olvidado Plan Ibarretxe.

Cada vez de forma más nítida, el PNV liderado por Imaz perfila una línea política para limitarse a los márgenes establecidos en estas últimas tres décadas, como lo demuestra, entre otras muchas cosas, esa propuesta de reedición del Pacto de Ajuria Enea. Una línea hacia fuera del partido, con vocación de pactar con las fuerzas gobernantes en el Estado español (ahora el PSOE y, en el futuro, ya se verá) dentro de los límites del marco jurídico-político vigente. Y una línea también hacia dentro, porque Imaz y los suyos tendrán que dejar las cosas bien atadas para enfrentarse al próximo proceso de elección del EBB y, si se tercia, a la designación de candidato a lehendakari.

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