No quería centrar esta columna en lo sucedido en el minuto final del Unicaja-Tau del domingo y los posteriores al mismo, pero no me he podido resistir. Tras masacrar a Unicaja por segunda vez en tres días -ya saben, 33 y 30 puntos con 15 de 19 triples (en un pis-pas, además)-, Rakocevic podía haberse quedado quietecito, allí, sentadito a la derecha del padre Maljkovic.

Como es bien sabido, el serbio sacó los pies -más bien los dedos, tres, concretamente, en alusión al 3-0 al que se llegará pasado mañana- del tiesto. Claro que igual de vergonzosa fue la respuesta de algunos jugadores de Unicaja -especialmente un desquiciado y/o teatral Pepe Sánchez-, que aprovecharon el cruce de cables de Rakocevic para desviar las iras del Carpena hacia el rival. Que el serbio pidiera perdón ante la prensa y al capitán de Unicaja, Berni, no impidió que despidieran el bus baskonista a pedradas.

Como vergonzoso fue el despliegue que cierta prensa «deportiva» dedicó al desafortunado incidente, al emplear una increíblemente desmesurada y tendenciosa doble página para, al parecer, saldar viejas cuentas e ir a por el ex madridista -«PajaRako» le llamaron- a degüello. Pero corramos un estúpido velo ante lo que no es más que otro toque de atención ante una posible final ante los baskonistas. Del Madrid, se entiende. Que es lo único que importa.

En el plano deportivo, Unicaja ha evidenciado que no terminó la liga regular octavo por casualidad. Ni el azar colocó al Tau primero. De «regalo envenenado», nada de nada. Más bien ha sido un inesperado chollo. Que un semi-desconocido y recién llegado como N'Dong sea el mejor es un indicador harto elocuente. Y por eso, pasado mañana el Baskonia estará en semifinales. Y, si me apuran, con el tercer meneo consecutivo. Y luego hablaremos del Barcelona. ¿O del Akasvayu?