Le grand voyage» es una película de carretera ideal para aquellos que disfruten con el viaje a través de distintos paises y culturas, ya que los protagonistas recorren unos cinco mil kilómetros en su peregrinación a la Meca, partiendo del Midí en coche para pasar por Italia, Serbia, Turquía, Siria, Jordania y recalar finalmente en Arabia Saudí. El paisaje es el verdadero protagonista, por el modo en que la orografía cambiante va afectando a la pareja de peregrinos. Apenas hay anécdotas que impliquen a otros personajes secundarios, relacionadas con encuentros ocasionales sin más, con lo que la dinámica reduccionista del filme resulta incluso más radical que la de Carlos Sorín en «Historias mínimas».

Esta muestra del cine magrebí de la diáspora se hizo merecedora hace tres años del León de Futuro de la Mostra de Venecia, concedido a la Mejor Ópera Prima para Ismaël Ferroukhi.

El relato se centra en el padre y el hijo que comparten ruta prácticamente en silencio, debido a que la comunicación entre ellos no es precisamente fluida. El hijo ha nacido en Europa y tiene costumbres laicas, dificultando la comprensión de los motivos que llevan a su padre a peregrinar a la Ciudad Santa. Le resulta imposible compartir esa concepción espiritual de la existencia, pero su progenitor le exige respeto para sus creencias. La secuencia en que el joven se pierde en medio de la multitud de peregrinos, buscando demasiado tarde al anciano, ilustra sin palabras el desencuentro entre dos mundos divididos por la pérdida de las raíces que conlleva la inmigración. Al final, un pequeño gesto expresa que algo ha cambiado en el fuero interno del muchacho.