Raimundo Fitero
Ante el espejo
Mercedes Milá se acercó a varios casos de seres humanos que han recurrido a la cirugía estética para arreglarse la cara. No lo hizo en plan espectáculo, sino en ese tono que adopta para su «Diario de...», con el que se sitúa en una especie de intermediación entre lo que narra y lo que desearía narrar. En esta ocasión el asunto tratado tiene bastante enjundia, especialmente en un momento televisivo posterior a un programa, «Cambio radical», que se dedicaba, precisamente, a fomentar la cirugía plástica de una manera bastante indiscriminada y espectacular y, dicho sea de paso, se retiró por falta de audiencia suficiente.
Varios hilos argumentales proporcionaban diversos puntos de vista. Desde un varón, directivo de una inmobiliaria, que se cuidaba mucho y que se retocaba la nariz, las orejas de soplillo y alguna cosita más y lo hacía aduciendo necesidad profesional. Según su idea, es más fácil vender un piso si se es atractivo y guapo que si se es un poco menos metro sexual. Sonaba a excusa. El otro caso era una mujer que sufría una rara enfermedad asociada al virus del sida, que le había dejado una cara absolutamente cadavérica, ya que había desaparecido toda la grasa facial y se le acumulaba en otro lugar del cuerpo. En este caso la cirugía era la única solución, y al verla en el post operatorio quedaba claro que había sido algo bueno para que pudiera volverse a mirar al espejo sin verse los huesos.
Pero en medio de estos dos casos estaba el de una madre que había perdido a su hija por una práctica médica poco ortodoxa, la denuncia de una doctora que operaba en su propio domicilio sin ninguna garantía profiláctica ni de seguridad clínica, los casos de jóvenes menores de edad que se habían operado de los pechos, las que debían esperar hasta los dieciocho porque sus padres se negaban, es decir toda una panoplia de circunstancias que ayudaban a hacerse una idea global de un asunto que es un negocio, una necesidad adquirida, inducida por las modas y los medios, de algo que cuando es cirugía reparadora parece un don y cuando es simplemente un capricho parece un síndrome de enfermedad siquiátrica por contagio social.