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Antton Morcillo Licenciado en Historia

El túnel

La lectura negativa que Antton Morcillo hace de la situación política tras las elecciones por la actitud de los partidos vascos y del Gobierno español, el cual en vez de fijarse en sus resultados en Hego Euskal Herria mira a las recetas del Gobierno de Aznar, tiene su contrapunto en el deseo de cambio de la población vasca, y confía en que sea la propia sociedad vasca la que abra sitio a la luz en el túnel actual

Los ayuntamientos de Hego Euskal Herria se han constituido sin más sorpresas que las derivadas de las ausencias de algunos concejales nominados por la Ley de Partidos. No obstante, lo general ha continuado siendo «el más de lo mismo» en el que están atrincherados los diferentes partidos políticos.

Es cansina la reiteración de argumentos para justificar la usurpación de unos cargos no otorgados por voluntad popular, sino por el arbitrario dedo del Gobierno español. ¿Qué legitimidad puede tener como representante del pueblo aquél que nunca habría sido elegido si no hubiera habido descalificación del contrario?

En realidad, lo único que importa en los aparatos de los partidos son los números. Números para ocultar fracasos electorales, números para repartirse el pastel del poder municipal (importante para que hablen de ellos, aunque sea mal) y números que embolsarse con la nómina cada fin de mes.

Al final cada uno es lo que hace, y poco importa que predique contra la Ley de Partidos denunciando su carácter antidemocrático si luego corre raudo a hacerse con el sillón que legítimamente le corresponde a otro. En la época de la dictadura franquista no había tal problema: había concejales y alcaldes legalmente nombrados y que actuaban como tales, pero ninguno se atrevía a cuestionar la ilegitimidad de su nombramiento, porque el régimen mismo era tan ilegítimo como ellos.

Ahora que se justifica todo, los Imaz, Madrazo, Errazti y compañía insultan a la inteligencia ajena retorciendo todo lo necesario para que nadie les quite el regalo que les ha hecho Zapatero. Ciertamente, lo único barato en este país es la dignidad de algunos y algunas.

En cualquier caso, la situación en los ayuntamientos no es más que un botón de muestra de lo que son los partidos políticos vascos de esta primera década del siglo XXI. Es penosa la trayectoria que han desarrollado en los últimos años, agarrados como una lapa al chiringuito. No arriesgan y sabotean lo que no controlan. ¡Vaya aportación histórica!

Aquí, la única ley física irrefutable es que no hay que moverse, y quien osa desafiarla va irremediablemente amortizado al cajón de «ex dirigentes».

Tal y como están las cosas, no hay muchos ingredientes para el optimismo. Los procesos de renovación de los cargos internos en PNV o EA se van a ir saldando con la defenestración de los díscolos y al final lo único que va a quedar de todo ello son dirigencias acordes a pactos de poco recorrido político. Una vez más, y si no se produce un gran acontecimiento inesperado que varíe las actuales coordenadas políticas, lo más previsible es que en pocos meses entremos en un ciclo político-institucional de calma chicha, gestión pura y dura que supla la falta de altura política de los partidos.

El clima de involución política es patente, y, además, así se trata de exteriorizar posiblemente para acabar con toda esperanza de cambio. Después de la primavera nos azota con fuerza el rigor del invierno sin estaciones intermedias y, posiblemente, eso es lo que han estado buscando PSOE y PNV con su actuación de los últimos meses.

Los socialistas, definitivamente, desprecian realizar la lectura de sus resultados electorales en territorio vasco y priman los análisis de Ferraz. Para recuperar el espacio perdido en el Estado han optado por copiar al PP con la vista puesta en las elecciones españolas en marzo que viene. Así las cosas, ahora Zapatero no sólo se apunta al lema de «tolerancia cero» de Aznar, sino que, además, tiene perentoria necesidad de visualizar la política de mano dura respecto al conflicto vasco. El escarmiento público ya está ahí, y en esa lógica incluye el desenlace de algunos procesos judiciales o el mismo encarcelamiento de Arnaldo Otegi.

Sin embargo, no quisiera acabar esta colaboración sin añadir una nota para el optimismo en un panorama tan sombrío.

Conviene recordar que hace tan sólo un mes, los ciudadanos de los cuatro territorios del sur de Euskal Herria se han expresado, precisamente, en dirección contraria. La población vasca quiere el cambio democrático, lo cual, a mi juicio, pone las condiciones objetivas para cambiar la correlación de fuerzas en ese sentido. Hoy más que nunca, habrá que confiar en que sea la propia sociedad vasca la que vaya abriendo espacio a la luz en este nuevo túnel en el que se ha metido el conflicto vasco.

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