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Fede de los Ríos

Los obispos quieren ayudar, Dios nos asista

El Vaticano, a la manera de un nuevo Moisés, nos regala con un decálogo del buen conductor. Al entrar en el vehículo, dicen los prelados, lo primero es santiguarse, es decir hacer la Señal de la Santa Cruz: una cruz en la frente, otra en la boca y otra en el pecho. Pensamiento, palabra y corazón deben ser protegidos. Nunca entendí porqué no proteger también lo que se encuentra tres palmos debajo de nuestra barbilla, objetivo más fácil del Maligno debido a la debilidad de la carne. Sus razones habrá y serán ininteligibles para este mortal que les habla

Si el viaje es largo, rezar el Santo Rosario. Tarea que se me antoja harto difícil. Como todo cristiano sabe, el rezo del Rosario lo componen 20 misterios: 20 decenas de Avemarías y, entre decena y decena, un Padrenuestro. Para no equivocarse y vuelta a empezar, se crearon una especie de collares consistentes en una sarta de cuentas, separadas cada diez por otras de mayor tamaño, unida en sus dos extremos a una cruz, llamados rosarios.

Una vez sentado, puesto el cinturón de seguridad, arrancado el vehículo, después de sorteados los varios obstáculos y las innumerables obras con las que pone a prueba nuestra fe la inefable alcaldesa de Iruña (por muchos años, gracias al cambio prometido) y ya en carretera, cojo el rosario con la mano derecha. La última vez era viernes, tocaban los Misterios Dolorosos. Iba ya en La flagelación del Señor, (no digáis que no son bonitos, alegres y edificantes), cuando me topo de bruces con la rotonda de Berriozar (las rotondas navarras, como no podían ser menos, se asemejan por su amplitud a cosos taurinos). Reduje hasta punto muerto. Me disponía a meter primera. Fue del todo inútil. El rosario situado alrededor de mi mano había quedado trabado en el freno de la misma, por la parte de la cruz. Por un momento creí ver al de Nazareth con más aspecto de ajusticiado a garrote vil que de crucificado. Entreoí blasfemias de todo tipo e insultos dirigidos hacia mis progenitores. Creí que eran del Jesús a punto de asfixia. Los cláxones me devolvieron a la realidad. Eran los que me dirigían conductores de atrás, convertidos por causa de mis rezos y la rotonda en hijos del Maligno. No había manera de arrancar.

Definitivamente, lo decía mi padre, no hay que hacer caso ni a socialdemócratas ni a obispos.

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