Joe Linehan Profesor
La Gran Bretaña donde faltan mayordomos
Otro joven británico, Kevin Thompson, ha muerto en la guerra contra Irak y su hermano de 18 años sigue allí con las fuerzas de ocupación. Su padre ha comentado, «A Tony Blair lo mato; no estamos dispuestos a perder dos miembros de la familia en una guerra inútil». Efectivamente, la gran mancha en los diez años de mandato de Blair en Gran Bretaña ha sido Irak, y ahora sale como el primer ministro más impopular de la historia, cuando hace nueve años era el más popular. Las consecuencias mortíferas de la foto de las Azores (con el neocon norteamericano Bush y el líder del PP español Aznar) han eclipsado todo. Después de las aplastantes victorias del Nuevo Laborismo en los comicios de 1997 y 2001 y apoyado por un electorado desilusionado con el anterior conservadurismo, Irak le pasaba factura en los comicios de 2005. Blair, con su «intervencionismo moral» y Bush («estamos en una cruzada de la civilización») actualizaron al siglo 21 el dogma victoriano del «derecho moral de interferencia de los países civilizados» para justificar las guerras imperiales. Peor, Blair se justificó con «tengo mi conciencia cristiana tranquila».
No obstante, ha habido logros, y la gran estrella entre ellos fue el Acuerdo del Viernes Santo de 1998 sobre Irlanda del Norte, el cual, diez años más tarde, ha dado el fruto de convertir un mini-estado hegemónico y unionista en una democracia consensuada. Este avance, junto con la Devolución para Escocia y Gales, ha terminado con la vaca sagrada de la unidad del Estado; el papel de todos los irlandeses en el gobierno de la ex colonia es mayor que nunca y Escocia también ve cada vez más cerca su independencia. También la década de Blair se ha caracterizado por ser el período con el mayor índice de empleo y la riqueza de Gran Bretaña es obvia, sobre todo en Londres.
Pero Blair fue más allá con las políticas monetarias de su predecesora Margaret Thatcher, y la economía boyante y «libre» ha tenido consecuencias nefastas para grandes sectores de su electorado que le apoyaron en 1997. Blair, aunque declarándose a favor de una economía mixta (la Tercera Vía), optó muy rápidamente por el neoliberalismo. La hemeroteca así lo testifica: a los pocos días de su ascenso al poder, Blair otorgó al Banco (Central) de Inglaterra la competencia de fijar los tipos de interés, privando a la economía de un control democrático; una consecuencia ha sido que, durante estos diez años, ha habido un declive continuo de la industria productiva en favor de una dependencia cada vez mayor de los mercados financieros. En 1998 el Nuevo Laborismo fijó el sueldo mínimo en 4,40 libras la hora para trabajadores entre 18 y 21 años. El año siguiente, Blair lanzó una campaña contra subsidios sociales con un artículo titulado, «Por qué he declarado la guerra al Bienestar», en 2000 anunció la privatización de todas las viviendas de protección oficial y en 2001 la de los servicios públicos. En setiembre de 2002, después de que Blair confeccionara un dossier sobre las «armas de destrucción masiva», hubo una manifestación de 400.000 personas contra la inminente guerra de Irak. El año siguiente, ferroviarios escoceses se negaron a conducir un tren con armas destinadas para Irak, y en 2004 Gordon Brown (el sucesor de Blair) anunció su plan para eliminar 104.000 puestos de funcionarios. En 2005, 300.000 personas protestaron por las calles de Edimburgo en protesta contra el G8 y para «Hacer que la pobreza pasara a la historia». En 2006 se acusó formalmente al marido de la ministra de cultura del gabinete Blair de haber aceptado sobornos del mandatario italiano Silvio Berlusconi, y se revelaron los nombres de doce magnates que «prestaron» unos 20 millones de euros al partido laborista. Gran parte del electorado del Nuevo Laborismo está harto, no sólo de la guerra en Irak, también del sistema económico.
Y en las barriadas de las ciudades británicas, aquella economía competitiva y consumista, la vía del «éxito» y «mucho dinero fácil» está cerrada a la gente joven, considerada, también por ella misma, como fracasada. A estos jóvenes marginalizados les quedan dos opciones: la del dinero igualmente «fácil» del submundo del narcotráfico y el crimen o la de trabajar duro durante muchas horas a cambio de un sueldo miserable. Mientras tanto, la cada vez más numerosa clase de super ricos se queja de la falta de mayordomos. El año pasado la subida del índice de la pobreza relativa fue la más acentuada en trece años, y esta división socioeconómica también se nota entre el sureste de Inglaterra, con sus centros financieros, y el resto de Gran Bretaña, donde ha disminuido el poder adquisitivo de la mayoría de las familias. El informe de la Unicef sobre el bienestar de niños y adolescentes publicado en febrero es testigo de la sociedad desigual: coloca a Gran Bretaña en la cola de los 21 países ricos, más abajo aún que los EEUU. Muchos de quienes apoyaron a Blair en los comicios de 1997 y 2001 son testigos -si no víctimas- de que la tercera vía precisa generar pobreza para muchos para generar mucha riqueza para unos pocos. Una consecuencia de esta desigualdad ha sido el aumento espectacular en el gasto en vigilancia policial y el control judicial. Existen 4 millones de cámaras CCTV en el país -una situación orwelliana denunciada hasta por un mando policial de alto rango- no es de extrañar que la prensa británica llame a Blair control freak.
Así es la otra cara de la economía «boyante» de Tony Blair: la Gran Bretaña empobrecida, socialmente fracturada y supervigilada. El reto del partido laborista británico ahora es cómo presentarse ante el electorado como un partido socialdemócrata, progresista y a favor de los intereses de quienes realmente trabajan, cuando su trayectoria durante estas tres legislaturas ha estado marcada por el neoliberalismo salvaje, la supervigilancia y la guerra en Irak.