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Jon Odriozola Periodista

Un mal sueño

Tanto trabajo para nada. Tanta molestia para acabar siendo juzgado por un tribunal popular. Tanto afán por defender la democracia y las libertades individuales del ciudadano para terminar en un banquillo. No hay justicia humana. Sólo creo ya en la justicia divina. Espero que ahora, delante del pelotón, Dios me acoja en su misericordioso seno y tenga piedad y perdone a mis verdugos, que no saben lo que hacen. Mi pobre esposa, mis hijos, ¿quién cuidará de ellos sin mí y sin los emolumentos de mi honrado trabajo? Decididamente, es este un mundo cruel. Sólo de pensar que una hija mía me salió comunista me revuelve el estómago. ¿Qué he hecho mal? Ni siquiera ha venido a visitarme ahora que estoy en capilla, lo que demuestra su inhumanidad y así me decían en la academia. Pero ahora bien lo veo en la práctica. Renegar de un padre, de su oficio, no tiene perdón de Dios. Cuando salí del campo -mi origen es rural-, mi madre me dijo: hijo, gánate el pan con el sudor de tu frente y no con la del de enfrente. Así lo hice, aunque se murió antes de saber lo que hacía. Hubiera estado orgullosa. Y vea, Padre, cómo me salió mi hija de la gran... Lo siento, Padre, me sulfuro, pero se me pasa, soy un ser humano. Y lo soy hasta tal extremo -un ser humano- que mi vida ha sido normal, incluso anodina y aburrida. Tenía amigos, pocos y del gremio, es verdad, pero leales, jugaba al naipe, le daba al trago como buen macho, llevaba a mis hijos al colegio, despedía a mi santa con un beso, y discutía de fútbol con los colegas como cualquier hombre de bien. ¿Cuál es mi delito, Padre? Porque ha de saber que yo soy un hombre de bien, corriente y moliente. Y respetuoso con las ideas (políticas) de cada cual y todo quisque. Es difícil que me gane nadie a demócrata. No fui antifranquista porque un funcionario no sabe de regímenes y sirve a todos. Soy apolítico. Y ahora, Padre y Muy Señor Mío, véame (solloza): ¡me van a fusilar! ¡Y todo por haber servido a la Patria!

Yo ya sé que no soy perfecto, Padre. Usted sabe que mi «trabajo», mi profesión, fue ser un torturador. Lo hice lo mejor que pude, modestamente hablando. Siempre tuve mi despacho. Allí interrogaba hábilmente, científicamente, hasta leí a Garofalo y al eminente doctor Vallejo-Nájera, a toda la escoria comunista, antifascista o, la última moda, pues yo soy de la vieja escuela y no llevo vaqueros ni pendiente en la oreja, aberlaches o aberzales o como se diga «en vasco». Lo hacía con esmero y tratando, ya digo, de perfeccionar la técnica torturil. Era el puto amo, perdón, Padre, un hacha. Yo soy un vocacional, ¿sabe? Me condecoraron, me ascendieron, sobre todo el gobierno del PSOE. Uno de los que me van a fusilar cayó en mis garras, ejém, manos. Usted, Padre, no vió sus ojos inyectados en sangre, si me permite esta licencia de novelucha policíaca. Es gente vengativa, gentuza. Le torturé y va el tipo y me fusila. Son salvajes, incivilizados. Dios se apiade de ellos. A mí me dan lástima. Sobre todo porque irán todos al infierno y no al cielo como yo, que soy un hombre de bien, como el prócer José Bono.

Despierto de la pesadilla, del mal sueño, ¡qué sudores! ¡qué terrores! Ya pasó todo: vuelvo a estar en un Estado de Derecho, qué alivio.

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