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CRÓNICA DE CHERNOBIL A EUSKAL HERRIA

El silencio de la solidaridad de los vascos con los pequeños ucranianos

Hubo una corta ovación en el momento en que los primeros pequeños de seis años aparecieron en el área de llegadas y, luego, el sonido del txistu que orientó el aurresku bailado en su honor por dos chavales de una familia acogedora. Después llegó el silencio de la solidaridad, el del emocionado encuentro.

«Llegó el momento». La asociación Chernobil lo anunció la pasada semana. Tras un año de trabajo, esta iniciativa sin ánimo de lucro que pretende ayudar a menores ucranianos aquejados por los efectos de la explosión de la central nuclear, anunció que había llegado la hora del encuentro.

Los niños y niñas llegaron en los primeros minutos de la tarde, con hora y media de retraso sobre el horario previsto, al aeropuerto de Loiu. De madrugada habían sido recogidos en sus domicilios, situados en los alrededores de Kiev, para embarcar posteriormente en un primer vuelo fletado por la asociación Chernobil. En ese avión llegaron 156. Tanto a bordo de este vuelo, como en el segundo, con llegada prevista a las 20.50, viajaron los más pequeños, quienes nunca habían salido de sus pueblos y, por tanto, tampoco conocían a las familias que les esperaban.

Iñigo e Ixabel, con sus dos hijas, esperaban a Valeria. La demora en la llegada alteró un tanto los nervios en el área de llegadas, parcialmente ocupada por la llegada de los niños de Chernobil, aunque esta pareja de Pasaia que acudió a la terminal con sus dos hijas lo llevaba bastante bien. Es su segunda acogida y el pasado año Valeria tan sólo contaba cinco años.

«Es una buena experiencia, no arreglamos muy bien. Nuestra pequeña se enamoró de Valeria, enseguida se entendieron todas, aunque tampoco se puede decir que la experiencia sea exactamente un camino de rosas; lógicamente, hay momentos más difíciles». Entre sus planes figura viajar a Galicia, donde tienen una casa familiar.

La estancia es de prácticamente dos meses, a lo largo de los cuales los críos conviven con sus familias vascas, adoptando los mismos hábitos que éstas. Transcurridos 21 años del accidente nuclear, es muy conveniente que estos niños salgan una temporada hacia espacios no contaminados. Quienes llegan a Euskal Herria proceden de familias sin recursos que intentan paliar esta situación generalizada con mucha dignidad.

Gina Valor, su compañero Mikel y sus hijos Eider y Unai ofrecerán a Vladyslav el aire, las callejuelas y las fiestas del puerto viejo de Algorta. «Tenemos unos amigos que van a acoger por quinto año, pero nosotros no hemos podido hacerlo antes por cuestiones de trabajo. Ahora yo tengo posibilidades, lo planteé y los críos están con muchas ganas», relata Gina.

Con un nudo en la garganta

Más que menos, la mayoría de quienes acudieron ayer a recibir a los ucranianos no pudo evitar el nudo en la garganta. Los primeros abrazos y besos con aquellos desconocidos que les esperaban se produjeron bajo un silencio muy significativo, tan sólo roto por algún saludo más subido de tono en los grupos de las familias veteranas en las acogidas, que intentaban dar a entender a los pequeños, elevando la palma de la mano, lo mucho que habían crecido.

Dicen, sin embargo, quienes saben de esto, que el idioma no es un problema. Joxerra asegura que al finalizar la estancia en Elgorriaga el pasado año, Seña, que ahora cuenta siete, se defendía bastante bien en euskara. Ellos no tienen hijos y se animaron porque unos amigos habían acogido a un niño ucraniano el año anterior. Joxerra opta por que Seña pase el verano en su entorno, junto al Bidasoa.

En Loiu hubo también algún rostro conocido, implicado en la solidaridad con quienes padecen, dos décadas después, los efectos de la devastación nuclear. Es el caso del ex portero del Athletic Andoni Zubizarreta o del profesor de la UPV-EHU Imanol Zubero, que pasará el verano en el domicilio familiar de Alonsotegi con su hija Nahia, de ocho años, y Nastia, de siete. Es la seguna ocasión en que convivirán con la pequeña. Zubero explica que afrontó la posibilidad de acoger tras una información escuchada en la radio, que dio pie a la posterior reflexión familiar. Nahia mostró su disposición a compartir el verano con Nastia, lo que unido a otras circunstancias propició que la familia diera el paso.

Recuerda que inicialmente resultó un poco duro: Nastia echaba en falta a su familia, con quien hablaba telefónicamente, aunque le fueron dando la vuelta. Comenta, asimismo, una referencia a la capacidad de estos críos con el idioma, al relatar que un día, en el coche, en Picos de Europa, a donde acuden cada verano, se quedó sorprendido al escuchar de forma nítida de boca de la pequeña ucraniana decir «Nahiak otso bat entzun du».

En otros casos, el acogimiento aporta a la relación familiar. Gotzone, de Urnieta, no ocultaba sus ganas e ilusión por conocer a Viktor, de 10 años. «Estoy muy emocionada, es muy positivo, una cosa buena para estos críos mal acostumbrados», manifestó en relación a nuestra realidad. A Gotzone se le encendió la bombilla en una cena, al escuchar la experiencia acogedora de su amiga Coro. Se empezó a interesar por el asunto y contactó con la asociación Chernobil. Viktor pasará el verano a caballo entre Urnieta y Cantabria.

Elixabete Zaldua volvió a Anoeta con su compañero, sus dos hijos e Irina, de 11 años, que este año respirará el aire de Gipuzkoa y también el de los Pirineos.

Este año se ha batido un récord: han llegado 390 niñas y niños, lo que supone que el total de estancias de niños ucranianos en Euskal Herria, en once años, supera ya las 2.000.

Kepa PETRALANDA

«LLEGÓ EL MOMENTO»

Tras un año de trabajo, la asociación Chernobil, una iniciativa sin ánimo de lucro que pretende ayudar a menores ucranianos aquejados por los efectos de la explosión de la central nuclear, anunció así el encuentro de este año.

ENRIQUECEDOR

Las familias acogedoras coinciden en señalar que la experiencia enriquece, toda vez que el idioma no es nunca un problema. Hay quien opta por permanecer en su ambiente habitual y otros no dudan en irse de vacaciones con los pequeños.

DOS MESES

La estancia se prolonga dos meses, a lo largo de los cuales los críos conviven con sus familias vascas. Transcurridos 21 años del accidente nuclear, es muy conveniente que los pequeños salgan de su ámbito a espacios no contaminados.

MÁS DE 2.000

Este año han llegado a Euskal Herria 390 niñas y niños; algunos por primera vez, otros se han reencontrado con su familia de acogida. En once años, la cifra de estancias de niños supera las 2.000. Y algunos no pueden venir por falta de familias de acogida.

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