Un encantador de serpientes derrotado por la cruda realidad del Irak ocupado
PERFIL [TONY Blair]
Nacido en una familia burguesa y abogado de formación, Anthony Charles Lynton Blair se convirtió en diputado con 30 años y en 1994 llegó a la cima del Laborismo tras la repentina muerte de su líder, John Smith.
No tardó en forzar una transformación que dejaría irreconocible a esta histórica formación de izquierda, de la que Blair se ve a sí mismo como la reencarnación. El ala izquierda del partido y los sindicatos vieron con recelo su deriva centrista, pero Blair ha podido anular esta oposición presentando una cuenta de resultados inmejorable. Devolvió en 1997 al Partido Laborista al poder tras 18 años de ostracismo y le dió otras dos victorias sucesivas.
Más pragmático que ideólogo, vendió un híbrido entre el liberalismo económico y los servicios públicos, en claro detrimento de estos últimos, tocados de muerte tras la era Thatcher. Dirigió hasta ayer un país más rico -los ricos son más ricos-, pero donde las desigualdades son cada vez más acentuadas.
Hasta sus mayores detractores le reconocen su carisma y encanto. De ahí a la egolatría hay una delgada línea roja y, al irse, Blair sueña con que el «blairismo» le sobrevivirá.
Cuenta para ello también con el recuerdo de otro de los hitos de su carrera política, el éxito del proceso de paz irlandés, en el que, como en tantos otros temas, se ha mostrado infatigable.
Es posible que le sobreviva el «blairismo», pero como paradigma de una política internacional que, alineada sin fisuras con la derecha extrema en el poder en EEUU, está convirtiendo el mundo en un polvorín.
Y es que ha sido la invasión y desastrosa ocupación de Irak la que ha acabado por desalojar a Blair del número 10 de Downing Street. Magnífico orador y con un convencimiento de su versión «de lo que está bien» rallano en el puritanismo, Blair se ha negado hasta el último momento en reconocer su error.
Aunque él mismo asegura que los ataques del 11-S cambiaron su visión del mundo, el hasta ayer premier no ha hecho otra cosa que seguir la estela de sus predecesores en cuanto a la intervención, junto con EEUU, en escenarios extranjeros.
Cinco han sido las misiones militares británicas bajo sus mandatos, una inflación que justifica al mostrarse favorable a un intervencionismo «fundado sobre los valores».
Unos valores fuertemente religiosos y conservadores que comparte con la derecha más cerril. Sus políticas en materia de inmigración, Policía y Justicia han sido la envidia de sus opositores internos, los tories. Todo ello sin olvidar sus draconianas legislaciones antiterroristas. Todo un fracaso. La realidad, más allá de planteamientos maniqueos, se ha cobrado, finalmente, a otro as de picas del famoso Trío de las Azores.
Similar fracaso le espera, ahora, en su tarea de «mediador» en Oriente Medio.