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¿Se puede pensar ETA?

ETA hay que rechazarla, condenarla y contribuir a su exterminio. No hay nada que pensar. Tratar de pensarla es insinuar simpatía, al menos comprensión con ella. Si se quiere ser socialista, no digamos además nacionalista vasco, toda distancia, toda manifestación de asco será poca, con ETA y con -palabra mágica- su «entorno». Y si se quiere instar al Gobierno a que busque la paz, eso será pese a la suma maldad y fanatismo de ETA.

Por otra parte se nos repite una y otra vez que en una democracia, como la española, se pueden defender todas las ideas. ¿Y pensarlas también? ¿Es que se puede pensar? Porque el ruido es tan ensordecedor que no hay quien piense. Y la «información» está tan saturada de sucesos -«sucesos» cada vez más en el sentido de la prensa amarilla: asesinatos, famosos, detenciones, deporte espectáculo-, nuestro horizonte es tan reducido que hasta agradecemos que de vez en cuando nos echen una gotica de interés general, ética y derechos humanos para al menos poder amueblar un rincón de la cocina: unas píldoras de pensar, por favor.

Se pueden defender todas las ideas, sobre todo si no tienen posibilidades de éxito, si entre los dos grandes partidos que se reparten insultos y abrazos las pueden reducir a la nulidad efectiva. Ellos escenifican cada día el pacto fundacional de esta democracia. Ellos administran «las reglas del juego», con las que obligan a jugar a los que quedaron excluidos de ellas. Treinta años de atentados, asesinatos, torturas y amenazas en un país europeo ¿son motivo suficiente de reflexión? ¿O basta con invocar urbi et orbi un catón ético, que los políticos son los primeros en no cumplir?

También los filósofos hablan mucho de ética. El gran teórico John Rawls basa la ética en una aceptación de pautas comunes de conducta adoptadas por todos los interlocutores en una situación ideal de igualdad. Ya ve Vd. de qué cielo anglo nos viene eso de «las reglas del juego». Otra gran autoridad de la ética y el diálogo, Karl Otto Apel desciende más, como buen alemán, al terreno de la abnegación de sí que conlleva el juego democrático; gracias a ella adquirimos, quienes por lo demás somos unos mierdecillas, digo yo, el estatus de sujetos éticos. ¡Ah!, y luego está lo de la ética comunicativa de Jürgen Habermas, huésped ilustre del Parlamento español. ¿Irá eso de lo comunicativo por lo de la comunicación entre Africa y Europa gracias a los cayucos? Ahí la comunicación parece laboriosa y aun mortal. Algo parecido puede pasar entre un obrero de la bahía de Cádiz y tal multinacional. Dudo mucho también de que la comunicación y busca de consensos sea el caso conmigo, si no es en mi vida privada, pues sí que tengo la impresión de que políticamente NO SOY. Otra cosa, desde luego, es esa ética comunicativa cuando permite consensos europeos en cumbres borrascosas entre quienes SÍ SON políticamente; por ella también suspira toda España -es decir, todos sus media- para sus «dos grandes partidos». Pero tampoco parece que sea éste el lugar de pensar, lo que se dice pensar, sino de calcular.

Bernardo Atxaga ha comparado la actitud del Estado español en el caso ETA con alguien que, para clavar un clavo en una mesa, se pone a dar golpes por toda ella. La imagen transmite bien la impresión de torpeza y zafiedad. Y me está dando que pensar. Puede que además de torpeza y zafiedad haya también voluntad cínica de aumentar y extender el sufrimiento entre los vascos hasta que los malos de la película no puedan más y se rindan. Como me dijo hace muchos años un político socialista: «ya se cansarán». Pero ¿y no será también que se quiere romper la mesa? Porque, quizás, el problema de fondo es que aquello con lo que el Estado realmente no puede es un movimiento civil que no consigue controlar. Pero ¿no se podría vivir con él, sin que por eso pasara nada incontrolable? Quizá sí, perfectamente.

Entonces se me ocurre, siguiendo con mi cavilación, que el problema puede ser la mesa misma, demasiado grande y fuerte, que no cabe por la puerta. No sólo habría que romper la fachada, sino que la casa en que hay que meterla es, más que una casa, un tinglado, apuntalado desde fuera, pero más colgado que apoyado en el suelo. El tema es la debilidad del telón político, que no permite arreglos «comunicativos». El tema es que, por principio, no se pueden admitir sujetos políticos que no estén previstos y admitidos en el negosi. Eso sería, y no sólo en este caso, el fin de ESTA España. Excluir, reprimir, aplazar, diluir, para que el tinglado pueda seguir. That is the question.

Y, al final, no he hablado de ETA; pero ¿es que ése es EL tema?

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