Parece como si fuera imposible liberarse de su asfixiante presencia. Una y otra vez irrumpen en escena con los más diferentes motivos. Cuando menos te lo esperas, suena en los medios esa inconfundible voz cremosa, repugnantemente empalagosa, que semeja la del portavoz de pede- rastas sin fronteras, pontificando sobre cualquier tema de actualidad. Es como «La Voz del Sinchi.» Da lo mismo que se trate de lo que nada pueden saber, como si es legítima la utilización del condón para prevenir el sida o como anticonceptivo. Y condenarán sin el menor rubor la utilización de la popular goma y amenazarán a sus usuarios y receptoras con las más horrendas penas del infierno, si bien, ellos, oficialmente, de sexo nada, aunque ya se sabe que nunca debe decirse de ese agua no beberé, ni ese cura no es mi padre. También maldecirán el aborto que constituye un asesinato de inocentes, salvo en el excepcional caso de la serora que puede practicarlo si es justo y necesario, tras el pago de un estipendio en forma de bula de la Santa Cruzada. Abortos son crímenes y no los que a diario cometen las potencias invasoras de Irak, porque allí, los buenos, la civilización cristiana y occidental está luchando contra el terrorismo.

Si las carreteras se cobran al año miles de víctimas, la solución también la tienen ellos: hay que santiguarse al empezar la ruta y durante el camino rezar sin cesar el Santo Rosario. Los resultados son sorprendentes, sobre todo en largos viajes, como los que hacen los familiares de presos vascos a las cárceles extremeñas o andaluzas. Es raro el conductor que tras superar los misterios dolorosos es capaz de seguir conduciendo durante las letanías recitadas en latín, por supuesto: spéculum iustitiae, turris ebúrnea, virgo potens... Todos caen dormidos como ceporros, con lo que la caravana ha de detenerse, y mientras tanto no hay accidentes. Un milagro.

Ahora les toca poner el grito en el cielo por el tema de la llamada educación para la ciudadanía, hasta el punto de que están organizando una especie de somatenes ideológicos, disfrazados de objetores de conciencia. Y es que el asunto toca hueso, porque la asignatura en cuestión podría acabar con el monopolio de la de Religión, que durante tantos años han impuesto a todo cristo -nunca mejor dicho- enseñando, además de sus aberrantes doctrinas, conceptos tan prácticos como el de la fe -creer lo que no vimos- o el misterio de la Santísima Trinidad, la virginidad de María, la paloma fecundadora (hoy, in vitro) o la virtud de S. José, su castísimo esposo. Por cierto, que encima nos han birlado la fiesta del 19 de marzo.

Además, viven de la sopa boba de los impuestos, algo inconstitucional en un estado que se califica de laico y se permiten llamar fanáticos y fundamentalistas a todos los que no comulgan con sus gigantescas ruedas de molino. Y para colmo son infalibles. ¡Que les pongan a currar, que tendrán menos tiempo para ir de tocapelotas!