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Nicola Lococo Filósofo

La teoría de juegos como propuesta

Para cuando Huizinga, con su Homo Ludens, pusiera de manifiesto la importancia de la vertiente lúdico-agonal de toda faceta humana, autores de la talla de Descartes, Pascal o Fernat, tiempo ha, habían reparado en los juegos de mesa y azar como instrumentos idóneos para el estudio del cálculo o la probabilidad. Sin embargo, más reciente era la irrupción en las ciencias de la Teoría de juegos, disciplina de corte matemático cuyo cometido es analizar los conflictos humanos reduciéndolos a su mínima expresión esquemática en un modelo de juego, con el que poder operar a fin de observar las estrategias y motivaciones que concurren en los múltiples resultados para, con los datos recabados, estar en disposición de obtener conclusiones con las que elaborar informes cuyo contenido sea susceptible de poderse extrapolar a otras situaciones de naturaleza económica, política y social, al objeto de poder predecir futuros comportamientos de indudable interés para el desarrollo humano con un fundamento científico, matemático y puramente racional.

Así planteada, la pretensión misma de la Teoría de Juegos, como su eventual propuesta para encauzar la solución del conflicto vasco, herirá la sensibilidad de los afectados, repugnará a la clase política y espantará la conciencia ciudadana, por cuanto en ello superficialmente, sólo se apreciara un ejercicio de cinismo maquiavélico desdeñando de plano su eficiencia y potencialidad, su sincero esfuerzo por hacer avanzar al hombre en su humanización y su descarnada valentía en afrontar la vida tal cual es y se nos presenta: Conflicto y juego, donde ganamos y perdemos salud, riqueza, amor y poder, bajo enmarañadas formas en nuestra singular jungla humana, en perpetua lucha social darwiniana por la supervivencia ya descrita por Spencer, donde las diferencias personales entre hermanos, vecinos, compañeros, socios y ciudadanos se ven interferidas por rivalidades de sexo, de estatus, de clase, que a su vez están envueltas en disputas religiosas, trifulcas políticas, crisis internacionales, y mediadas por intereses enfrentados en antagónicos binomios de productores-consumidores, profesores-alumnos, trabajadores-parados, fumadores-no fumadores... tensiones todas ellas que hasta hace bien poco se venían solventando por la vía de la violencia a falta de un voluntario o chivo expiatorio para aliviar las mismas. Métodos bárbaros y primitivos, si se quiere, pero eficaces para unas gentes, tiempos y circunstancias, en los que no hay o no queda otro modo de actuar.

Pero hemos aquí, que con la irrupción de la escritura, aún antes con la aparición de tradiciones y costumbres, la fuerza del derecho fue desplazando al derecho de la fuerza, hasta alcanzar un frágil equilibrio en el que ambos conceptos precisaran su alianza en mutua dependencia, pues si bien nunca ha habido ni lo habrá derecho digno de respeto sin la debida violencia coercitiva que lo respalde, hoy es el día que, mal que le pese, no existe fuerza bruta en el mundo que no pretenda para sí la sanción de algún tipo de derecho, antes de actuar en público como sólo ella sabe hacerlo. De modo que, aunque a nadie escapa que la ley está hecha por y para el poderoso, quienes hemos de sufrir y padecer su ira despótica vivimos mejor con todo el cuerpo legal que amortigua sus golpes que sin él, y en consecuencia, justo es reconocer que en su lento proceder ha habido cierto avance moral y evolución intelectual en el proceso de humanización de la especie, desde la presentación de las Tablas de Moisés al pueblo de Israel hasta la proclamación de los derechos humanos de la ONU, pasando por la redacción del Código de Hammurabi, la extensión del derecho romano, la promulgación de las leyes de Wamba sobre la esclavitud, el derecho de Gentes de Francisco de Vitoria, las patentes de corso y piratería marítima, la convención de Ginebra... Empero, creo agotado este recurso en el sentido de que no puede dar más de sí como instrumento de humanización. Ciertamente, se pueden abrir nuevos ámbitos al Derecho, se pueden elaborar leyes más precisas y más coherentes, su aplicación puede extenderse a áreas de conocimiento ahora impenetrables para nuestra mente, que con todo, nada nuevo aportará en nuestra evolución intelectual, por cuanto el Derecho no va más allá de proponer e imponer soluciones circunstanciales donde la razón juega un papel auxiliar. Es esta frontera la que la teoría de juegos se propone franquear y convertirse en un método nuevo, no ya para resolver conflictos, sino incluso anticiparse a ellos, por ofrecer la solución al mismo, antes de que se plantee.

Fue Spinoza el primero -con permiso de Pitágoras- en intentar aplicar las virtudes matemáticas de rigor y formalidad a los problemas ético-morales del ser humano, mas debemos reconocer a E. Barel y Von Neumann el mérito de haber elaborado una Teoría de Juegos capaz de abordar tan magna empresa científico-filosófica, y por ende, vemos en ello el primer paso en esta incipiente etapa de la civilización, cuyas implicaciones estamos lejos de otear en el horizonte, mas no es casualidad que esta idea cobrara feliz forma en el período entre guerras y en un siglo tan convulso como el XX, en una época en la que nuestros instintos, actos y artefactos pueden poner en riesgo nuestra existencia y nuestra vida como especie.

Uno de los mayores logros de la Teoría de Juegos, lo supuso la formulación del Teorema Mínimax de Von Neumann, que establece que para todo conflicto de suma cero entre dos oponentes racionales con intereses opuestos, existe una solución racional. La demostración matemática de este teorema, supone a mi juicio un hito científico comparable a la aportación que éste mismo genio hizo en el campo de la cibernética y la informática. Años más tarde, John Nash vislumbraría la posibilidad de extender el anterior teorema a todo conflicto ajeno a la suma cero, en donde la solución racional para dos partes racionales enfrentadas sería lo que denominó un punto de equilibrio. Desde entonces, la matemática a través de distintos modelos o juegos, ha ensayado una y otra vez, los diversos conflictos humanos y ha llegado a sorprendentes conclusiones cuya enseñanza ha podido verificarse con notable éxito en la vida cotidiana, con ejemplos prácticos que no viene al caso citar.

Como se puede apreciar, la teoría de juegos, no trabaja en clave de moralidad, de justicia, de consenso, aunque todo ello lo tiene muy en cuenta a la hora de ponderar los datos y cálculos obtenidos, dado que sus estudios e investigaciones no se remiten ni al azar ni a la determinación, cuanto a la libertad, sino en clave de conocimiento y racionalidad, desde sus fulgurantes inicios durante los locos años veinte, hasta su sosegado y placentero tránsito académico de los noventa, la teoría de juegos hace hincapié en el aspecto racional del conflicto, la racionalidad de las partes, la racionalidad del resultado, el análisis racional de la situación... y es posible que éste sea su punto débil, por cuanto los conflictos humanos no se dan entre calculadoras y superordenadores, debidamente programados, sino precisamente entre humanos, quienes ciertamente como especie, se distinguen por contar con la capacidad racional aunque raro es que de modo individual, la empleemos a la hora de cometer nuestras acciones, de no ser para racionalizarlas y justificarlas con declaraciones y comunicados posteriores. Y quizá fuera ésta la mayor dificultad para aplicar la teoría de juegos a un conflicto como el vasco: la aparente irracionalidad que gobierna el mismo. Y aún así hemos de saber que ésta irracionalidad humana también viene recogida y valorada en la teoría de juegos gracias a los trabajos que a mediados de los cincuenta realizara Merrill Flood.

Yo estoy convencido de que con mayor o menor conciencia, cada una de las partes que intervienen en el conflicto vasco ha puesto en práctica a su modo la teoría de juegos, pero lamentablemente no con la loable finalidad de solucionar el conflicto de un modo racional, sino como innoble instrumento de conocimiento para obtener ventaja sobre el adversario e imponerse en el juego. De ahí que el conflicto sigua sin solución. Mi propuesta es bien distinta: Primero, que varios departamentos de matemáticas de la Universidad Vasca, Española y Europea, dediquen todo su esfuerzo a la aplicación de la teoría de juegos, al conflicto vasco, auxiliados por psicólogos, sociólogos, politólogos, y expertos en diplomacia y mediación internacional, para elaborar informes acerca de cual es la solución más racional para el conflicto vasco. Una vez hecho lo anterior, en un congreso interdisciplinar, se confrontarían dichos informes y se escogerían la que se impusiera racionalmente a las demás. Esta solución se daría a conocer, primero al poder económico, empresarial que invierte en nuestros territorios para que de su visto bueno. Después, a los distintos grupos políticos que compiten por el gobierno de nuestro pueblo y de nuestra tierra para que lo acepten como es debido. Y por último, sería presentado a los medios de comunicación, por un grupo de pedagogos y expertos en comunicación duchos en publicidad, persuasión, y propaganda. Hecho lo anterior, si todo es correcto y funciona como tiene que funcionar, la solución racional obtenida de la aplicación de la teoría de juegos, se impondrá por sí misma como lo hace la verdad en las mentes y en las conciencias que se muestran interesadas en ellas. Idea que muchos de ustedes considerarán ingenua si no equivocada, pero de cuantas ideas ingenuas y equivocadas puede haber, la racional es la mejor de todas.

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