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Alizia Stürtze Historiadora

Garzón, libertad de expresión y propaganda de guerra

Garzón, ese juez especialista en cerrar periódicos vascos (y en autorizar filtraciones falsas, entre otras hazañas), expuso recientemente ante el empresariado venezolano su indignación ante la no renovación de licencia al canal golpista Radio Caracas Televisión. Al parecer, su exquisita sensibilidad democrática se revuelve ante semejante latrocinio porque «cerrar un medio de comunicación no es el mejor sistema para garantizar la libertad de expresión».

Dejando a un lado la descarada estrategia de guerra que la prensa española desarrolla contra Euskal Herria y que, desde luego, nada tiene que ver con la libertad informativa, la consciente y repetitiva intoxicación de la opinión pública española (y vasca) en torno al atentado del 11-M o acerca de las muertes de soldados ¿españoles? ¿en misión de paz? ocurridas en Afganistán o del atentado contra turistas en Yemen, debería de servir no sólo al juez «colonialista» (Hugo Chávez dixit), sino también a la población en general para replantearse críticamente el origen de sus opiniones y, sobre todo, de sus prejuicios anti-vascos, de su islamofobia y demás «lugares comunes» generados desde los medios que sirven para justificar una línea política preestablecida desde el poder. La mayoría no sabe (ni quiere saber) donde están Afganistán o Yemen, ni se cuestiona su posible importancia estratégica, ni si los atentados pueden tener que ver o no con la política internacional del Estado español, ni por qué Oriente Próximo lleva 60 años de guerra provocada ininterrumpida... La sola repetición de «palabras clave» como Al-Qaeda, terrorismo islámico o Yihad es suficiente para provocar una respuesta condicionada tipo «ley de Pavlov» en un porcentaje importante de la población occidental en general y española en particular. Eso en Euskal Herria lo sabemos bien.

No es ya sólo que el imparable proceso de concentración de los medios esté acabando con el «pluralismo» y haya convertido la información en una mercancía sometida al juego del mercado y el mensaje occidental en uniforme, sino que, en la fase imperialista en la que el principio estructurante es la «guerra contra la terrorismo», la intoxicación de la opinión pública es fundamental para conseguir que ésta acepte, e incluso desee, las invasiones de países independientes, los bombardeos, las leyes de excepción, las cárceles, los campos de tortura y exterminio y la destrucción de poblaciones «peligrosas». Es lo que Chomsky y Ramonet llaman «la fabricación del consenso».

Como explica Thierry Messan en su «L'effroyable imposture. Manipulations et désinformations», la intoxicación mediática es un importantísimo aspecto del «arte de la guerra» contemporánea y de la domesticación de la población, lo que ha llevado al poder a invertir grandes medios en la creación de unidades especiales de «guerra psicológica». Unidades que consiguen convertir luchas de liberación nacional como la palestina o la libanesa (o la vasca, claro) en terrorismos diabólicos que forman parte de un eje del Mal. Eje virtual que toma cuerpo en ciertos países que, según Israel y refiriéndose a Oriente Medio, es preciso dividir, destruir y/o invadir en función de su seguridad y de su derecho a la legítima defensa, que convierte en imprescindibles su expansión territorial y la expulsión de quienes habitan la zona.

La izquierda abertzale conoce bien los métodos que se emplean para ello. Se trata, entre otras cosas, de difundir a gran velocidad y con mucha repercusión e insistente repetición noticias falsas o deformadas, de generar «ruido informativo», para lo cual parten de cinco reglas básicas: 1) bloquear una noticia molesta hasta que ésta pierda interés (casos claros de tortura; masacres de poblaciones civiles...); 2) distraer la atención con noticias que ocultan los objetivos reales (el supuesto enjuiciamiento de Ibarretxe o de Patxi López en vascongadas mientras Otegi está encarcelado de verdad; la captura de dos soldados israelíes en la frontera libanesa para justificar la invasión del país...); 3) denigrar las fuentes de información no controladas o simplemente estrangularlas (GARA acerca de los contactos ETA-Gobierno español/PNV; Al-Jazeera o Al-Manar sobre la ocupación de Irak o del sur libanés); 4) concentrar el «debate» en detalles irrelevantes con respecto a sus propósitos reales (la «violencia» de echar pintura roja y gualda en ciertas sedes partidistas vascas; el uso del burka como excusa para invadir Afganistán); 5) proyectar todas las responsabilidades sobre un chivo expiatorio, que lo es por encima de lo ladrón o tirano que haya sido (el Roldán del PSOE de Felipe González; la maldad de Milosevic o de Sadam Husein).

Agazapado tras la marca «Al-Qaeda» con la que etiquetan de terrorista a todo movimiento molesto, como Hezbolá o Hamas, el dispositivo militar-informativo internacional está actualmente en plena actividad para provocar el debilitamiento y división de Siria, Libano e Irán, condicionando a la opinión en base a las mismas mentiras base que se utilizaron para masacrar a Irak: se trata de estados terroristas o con «santuarios» de peligrosos grupos terroristas; buscan crear una alianza anti-occidental; van a fabricar la bomba atómica... La intoxicación ideológica está (sigue) a toda marcha. Con un objetivo estratégico bien definido: justificar la «remodelación» de Oriente Próximo, es decir, la división de ciertos estados actuales en zonas tribales, étnicas o religiosas (como han hecho con el desmantelamiento de Irak), respondiendo a la lógica expansionista del sionismo y a las ambiciones gringas en la región. Es lo que Condoleeza Rice llama un «caos constructor» que, obviamente, necesita de previos «dolores de parto», es decir, de bombardeos, destrucción y muerte.

En Euskal Herria somos por lo menos 187.000 los que tenemos clara conciencia de que una comunicación concienciadora es vital para la lucha nacional, social y anti-imperialista. Garzón, con sus declaraciones ante el empresariado venezolano golpista, nos lo acaba de dejar bien claro.

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