Obviando este singular fenómeno promocional, la nueva propuesta avalada secundariamente por Steven Spielberg y puesta en imágenes por Michael Bay, no pasa de ser el típico divertimento USA concebido para espectadores poco exigentes y bien surtidos de palomitas. Técnicamente, el filme demuestra que la legendaria ILM de George Lucas no quiere quedarse rezagada en esa otra batalla paralela emprendida por las grandes compañías en el terreno de los efectos generados por ordenador. Este es, sin duda, el aspecto más reseñable de una superproducción cuya ingenuidad argumental es alarmante. En un intento por dotar de cierto empaque narrativo a la trama, el guión adquiere una engañosa concepción coral habitada por adolescentes con las hormonas disparadas, militares ultrapatrióticos y científicos con ideas un tanto dispersas.

Pero, por lógica -y teniendo en cuenta que detrás de la cámara se encuentra el pirotécnico Michael Bay- donde se concentran de verdad todos los esfuerzos de «Transformers» es el duelo terrícola de las estructuras mecánicas divididas en Autobots y Decepticons. El intento de Bay por exprimir al máximo los avances infográficos es tal que, en ocasiones, es imposible diferenciar en el furor de la batalla a los robots contrincantes. Por el contrario, situaciones como la explosiva batalla final o el desparpajo técnico que el autor de «Pearl Harbor» demuestra en escenas de acción sobre ruedas, aportan ese tímido grado de calidad que requiere un aspirante a blockbuster.