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ANÁLISIS | Nueva crisis en Pakistán

El difícil equilibrio del general Pervez Musharraf

Los enfrentamientos en torno a la mezquita Lal Masjid (la Mezquita Roja) han mostrado con toda su crudeza los desesperados intentos del General Pervez Musharraf por mantener su supervivencia política.

Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

El autor analiza las claves de la nueva crisis a la que se enfrenta el general golpista Pervez Musharraf en Pakistán en torno, en esta ocasión, a la Mezquita Roja de Islamabad, a la que pretende buscar una salida aplicando mano dura.

Tras su pulso con el máximo juez del país, buena parte de los medios de comunicación locales y una oposición política que aprovecha cada conflicto para buscar sus propios réditos políticos, unido a la fuerte presión que Occidente mantiene para que lance una ofensiva contra toda esa nebulosa forjada en torno al movimiento islamista radical, el presidente paquistaní ha optado por actuar con mano firme para desactivar todas esas presiones.

Y todo ello siendo consciente que esa medida de fuerza puede desembocar en un baño de sangre por todo el país, tal y como ya han adelantado algunos círculos jihadistas, que amenazan con lanzar ataques en las principales ciudades. Además, esos grupos han decidido romper los acuerdos de paz que mantenían con el Gobierno central en las zonas tribales. Los primeros resultados ya se han visto, ataques suicidas contra el Ejército y ataques contra miembros de la Administración central. También el atentado contra el avión del propio Musharraf nos muestra hasta dónde están dispuestas a llegar esas organizaciones.

En la capital paquistaní circulan noticias que apuntan también a un intento por parte del presidente de adelantarse a una especie de golpe de mano que estarían preparando diferentes sectores. Se habla de que los dirigentes de Lal Masjid serían la punta de lanza para liderar la khurooj (movilizaciones de masas para provocar el cambio de régimen), y que tras ella se situarían también parte de la élite militar que en los 90 del siglo pasado planeó un golpe de Estado de corte islamista, el partido político islamista Jamaat-i-Islami, toda una red de organizaciones clandestinas jihadistas y parte del propio establishment.

Una de las claves para entender el devenir de Pakistán radica en la utilización partidista de la religión por parte de las élites políticas y militares. Algo que se ha visto reflejado sobre todo en dos ámbitos. Por un lado, está su utilización por parte de organizaciones islamistas y jihadistas para intervenir en el exterior, con Afganistán y Jammu & Kashmir como ejemplo. Sin embargo, de un tiempo a esta parte esos grupos han dirigido sus protestas y acciones contra el Gobierno, poniendo en serios aprietos a sus miembros y mostrando su capacidad de infiltración en todos los sectores claves de la sociedad y la Administración.

El segundo pilar lo encontramos en la educación. Si es indiscutible que el fenómeno de las madrassas (escuelas coránicas) es digno de estudio, con varios miles de ellas por todo el país y, en muchas ocasiones, llenando el vacío del propio Estado, también han servido a veces al régimen para lograr sus fines, «como herramienta en los asuntos domésticos y como apoyo hacia la política regional», y, al mismo tiempo, han servido como «movilizadoras de la opinión pública, han producido importantes escritos ideológicos, son centros de reclutamiento y ocasionalmente de entrenamiento para los futuros jihadistas».

Pero sería un error creer que la radicalización ideológica es fruto exclusivo de las madrassas. Un reciente informe señala que «el sistema educativo público no tiene nada que envidiar a las madrassas en cuando a propagar la intolerancia religiosa».

Otros factores que se encuentran en la actual coyuntura paquistaní también permiten entender el giro de un país con tal importancia geoestratégica. El desarrollo de las madrassas, la radicalización de importantes sectores de la juventud, motivada en buena medida por la presencia de EEUU y sus aliados en la región, los recelos de parte del Ejército y los servicios de inteligencia hacia la alianza estratégica del presidente Musharraf con Washington y la importante capacidad de las redes jihadistas tejidas por todo el país, son clave en la delicada ecuación que representa Pakistán.

No es sencillo anticipar el escenario hacia el que se dirige ese país asiático, pero la mayoría de análisis coinciden en señalar que sea cual sea la salida a esta nueva crisis, el difícil equilibrio que sostiene Musharraf puede acabar pasándole factura. Los gobiernos occidentales son conscientes de esa situación, de ahí sus maniobras para buscar algún recambio consistente, pero al no haberlo encontrado pueden seguir apoyando al cada día más debilitado Musharraf.

Un escenario que salga de la imposición de la fuerza, producirá más violencia y caos, y si esas medidas cuentan con el visto bueno de EEUU, la respuesta islamista será más virulenta todavía, al tiempo que la alienación de buena parte de la población contra los planes occiden- tales crecerá. Desde Occidente se apuesta por una salida airosa para Musharraf, incitándole a liderar una «transición» junto con la oposición. No obstante, las fuerzas que deberían acompañar a Musharraf son el vivo reflejo del pasado más corrupto, y que rechaza buena parte de la población paquistaní.

No es fácil, por tanto, anticipar el desarrollo de los acontecimientos, pero no hay que olvidar las palabras de una impor- tante figura religiosa del país, que denunciaba el seguidismo del presidente hacia EEUU y sus aliados. Musharraf presenta al vecino Karzai, presidente de Afganistán, como una marioneta occidental y para ese religioso, el presidente paquistaní no está muy lejos de ese papel. «Ahora vemos comunicados de congratulación del primer ministro británico, mientras ante nuestros ojos vemos pasar los cadáveres de nuestros hermanos (Ejército o militantes de Lal Masjid), al tiempo que escuchamos las apreciaciones y honores del propio Bush». Es evidente que el problema es la agenda que quieren instaurar EEUU y sus aliados en la región, y no les importe el coste que tengan que pagar las sociedades civiles, como hemos visto en Irak y Afganistán.

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