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Entre un fakir y una escapista

Josu MONTERO

Periodista y escritor

Ninguna época como el verano para sentir el vértigo del tiempo. Ni para experimentar el vacío existencial, liberados temporalmente de esa esclavitud asalariada que llamamos trabajo. Los días interminables y las fugacísimas noches. Vacío existencial, por mucho que intentemos llenar los días de obligaciones alternativas y fabricar con ellas una nueva y tranquilizadora rutina: viajes, fiestas, playas... Preferimos en el fondo a la hormiga; lo de ser cigarra no resulta nada sencillo. En verano tenemos tiempo gratis y la cabeza más desocupada para pensar. El verano es un librepensador, y un librepensador nunca es bienpensante; así que la cabeza se nos suele poblar de todo tipo de malos pensamientos; ¡menos mal, eso quiere decir que, a pesar de las apariencias, aún seguimos vivos! Salvo en las respectivas fiestas patronales, los teatros cierran su puertas y nos expulsan a la calle: Kalealdia en Bilbo, Festival de Lekeitio, Zarautz-Kalerki, más calle en la Feria de Teatro donostiarra... y eso sólo en estas semanas.

Otros enigmas veraniegos: ¿Qué arcana relación existe entre estío y «teatro clásico» para que se produzca este overbooking de festivales de autores pretéritos (Erriberri, Mérida, Almagro...)? ¿Por qué esa dicotomía entre la programación festivo-veraniega de los teatros públicos, claramente «popular», frente a la «culta» del resto del año? ¡Saben del peligro que en verano supone esa tendencia nuestra a pensar, y quieren ayudarnos a quitarle hierro socorriéndonos con ligeros entretenimientos! Quedarse y aguantarlo todo lo más estoicamente posible o largarse, fugarse. Ese es metafóricamente quizá el mayor dilema humano. Tres hermanos son los personajes de «Ilusionistas», una función de los valencianos Hongaresa Teatro escrita por Lluisa Cunillé y dirigida por Paco Zarzoso, que también hace del único hermano varón, una especie de cabaretero maestro de ceremonias. Los afamados números de ese teatral night-club son las otras dos hermanas. Fakir la una, experta en aguantar imperturbable el dolor; lo que trasladado a su existencia la dota de un cierto regusto masoquista. Escapista la otra, especialista en todo tipo de fugas imposibles; lo que llevado también a su vida privada provoca que no aguante nada y esté constantemente en fuga, de viaje, en aviones y trenes. Quedarse y aguantarse, incluso sacarle gusto, o largarse. Se preguntó Atxaga en un poema:«¿Aquellos que al tomar el tren, desaparecieron en la transparencia de la tarde / hasta cuándo conservaron la ilusión de que podrían quedarse?». Y concluyó: «Se me ha dicho que para los pájaros no hay otro destino que el viento / y que hay barcos que jamás alcanzan un puerto».

 
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