Las mujeres afganas aseguran que su vida es ahora peor que con el régimen talibán
La situación de las mujeres afganas ha empeorado desde que cayó el régimen talibán tras la invasión de EEUU y sus aliados. Tienen miedo de los ataques y los disparos y el poco dinero que reciben no es suficiente para alimentar a sus hijos, aseguran.
Terry JUDD
«The Independent»
En el sucio rincón de una clínica de esta ciudad, una niña de 12 años, en los últimos meses de embarazo, yace llorando y tratando de llamar la atención de un doctor cortante e indiferente. Afuera, en el camino de lodo, miles de viudas se dedican a mendigar. En el hospital local una mujer se recupera de terribles quemaduras, resultado de varios intentos fallidos de suicidio.
El valeroso nuevo mundo que prometieron el ahora ex primer ministro británico, Tony Blair; el presidente estadounidense, George W. Bush, y el presidente afgano, Hamid Karzai, parece no haber alcanzado a las mujeres de la provincia afgana de Helmand.
Al preguntarle si es mejor ahora la vida que bajo el régimen talibán, Fowzea Olomi, de 40 años, directora del centro para mujeres, sólo se ríe e ironiza: «¿Se fueron los talibán?» Asegura que ahora la vida es peor y señala el burka que está a su lado. «Jamás tuve que usar eso antes. Sólo me cubría la cabeza con un pañuelo. Pero ahora todos tenemos miedo de los talibán por los secuestros, los ataques suicidas y los disparos».
Olomi, quien desafió al régimen extremista al impartir clases en secreto, cree que ahora hay menos niñas que reciben educación. Casi todas las niñas en Lashkar Gah, capital de la provincia sureña de Helmand, van a la escuela. Pero en las aldeas remotas, demasiados padres temen enviar a sus hijos a clase. Los maestros, al igual que los médicos, son secuestrados y decapitados en medio de la impunidad. Recientemente, un hombre armado pasó en motocicleta frente a una escuela disparando contra las alumnas. Mató a dos niñas e hirió a otras seis.
Las menores heridas corren el riesgo de ser abandonadas porque en Afganistán las mujeres son vistas como un artículo que sirve para pagar deudas o arreglar disputas.
Ejemplo de ello es Malay, de ocho años. Un vehículo militar le pasó por encima del brazo y fue llevada a un hospital de campaña británico, donde los médicos le explicaron a su tío que quizá tendrían que amputarle el brazo. Éste se dio la media vuelta y se marchó, ya no la quería porque sin el brazo no iba a poder casarla. Salvaron su brazo y hoy Malay todavía está en la base militar .
En todo Afganistán las estadísticas sobre mujeres son desgarradoras. Existen alrededor de dos millones de viudas que no tienen derecho a pensiones estatales. A pesar de que existe una nueva ley que prohíbe casar a las niñas menores de 16 años, no se ha registrado diferencia alguna. Aún se obliga a casar a niñas de nueve años y al poco tiempo ya están embarazadas con el primero de una docena de hijos, el 20% de los cuales morirá antes de cumplir cinco años.
Que las mujeres de Afganistán sean victimadas no significa que están dispuestas a ser víctimas. En Lashkar Gah, Olomi y sus amigas luchan a pesar de interminables amenazas de muerte que reciben, ya sea por teléfono o por las «cartas nocturnas».
El año pasado el chofer de Olomi la dejó en el centro de mujeres y cuando se dirigía a atender otro asunto le dispararon desde la ventana de un coche. El hombre murió delante de policías que no hicieron nada. Olomi aún lleva su fotografía en su bolsa, no se acobardó y volvió a abrir el centro en el complejo de la gobernatura del Estado.
Ahora, este lugar es un oasis en un desierto de opresión. Hermosas muchachas de ojos grandes aprenden a leer y escribir, mientras las madres estudian de todo, desde inglés hasta informática. Pero los últimos cinco años han sido un viaje sin fin por las promesas rotas hechas a estas mujeres.
Mendicidad y autoinmolación
Cerca del campo militar, una fábrica de helados ha quedado vacía. El año pasado una ONG prometió financiar un proyecto para abrirla y dar empleo a viudas, lo cual implicaba un medio de supervivencia indispensable para unas cuatro mil mujeres en Lashar Gah, cuya única alternativa es mendigar en las calles. Pero nunca llegó la financiación y los barquillos que se compraron para el helado están a punto de caducar. Este es sólo un ejemplo, explicó Olomi, de una esperanza creada y luego destruida.
Una de las razones por las que los trabajadores humanitarios ahora temen entrar en la provincia es porque se ha incrementado la práctica de la autoinmolación.
En el hospital Bost de Lashkar Gah, donde se frustraron atentados suicidas en dos ocasiones el año pasado, el médico Abdul Asis Sediqi dijo que al menos la quinta parte de los 150 pacientes que ingresan cada mes son mujeres que se han prendido fuego. Una cantidad indeterminada de ellas mueren.
Las mujeres afganas cuentan con un ministerio que se dedica específicamente a sus problemas, pero las acciones del mismo tienen un impacto mínimo fuera de Kabul. La mujer es un tema que recibe poca atención cuando las prioridades a las que canalizan recursos son sobre todo la seguridad y el combate al narcotráfico. Sin embargo, con los pocos dólares que reciben han surgido pequeños proyectos. Entre los proyectos que han sido financiados por los invasores británicos está una escuela de costura del campo de desplazados de Mukhtar.
En un par de cuartos de adobe las viudas trabajan mejilla con mejilla en máquinas de coser manuales; fabrican ropa bellamente bordada que venden en el mercado. Con una inversión de 8.700 dólares, el proyecto capacita a las mujeres en tres meses; las que se gradúan sacan provecho a sus máquinas de coser y ello les permite percibir una ganancia relativamente regular y tener una forma de alimentar a sus hijos. Pero no deja de ser una gota en el océano, ya que cada una de estas mujeres tiene entre diez y quince bocas que alimentar.