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Gloria Rekarte Ex presa política

Granitos de arena

Y sin embargo, para hablar de lo que quiero hablar, no he escogido la expresión mas acertada. Porque los granitos de arena, y por mucho que todos juntos hagan una montaña, no dejan de ser partículas diminutas y livianas que se aportan sin mayor esfuerzo en muchas ocasiones que llevarlas pegadas a la suela del zapato. Un granito de arena: 50 céntimos en la hucha y pegatina en la solapa el Día Internacional de la Lucha contra el Sida. Un doble click con el ratón y ya hemos «apadrinado» un niño en la Cochabamba: otro granito. Indignación general porque han censurado el «Jueves», y es que no hay libertad de expresión en este país. Ah, ¿no? Pues ya me indigno yo también, no vaya a quedarse tal escándalo sin mi granito de arena. Y un kilo de macarrones para ayudar a los damnificados por el último terremoto en la India. Qué gratificantes nuestros granitos de arena tan solidarios.

Es diferente sin embargo cuando se trata de la solidaridad con los prisioneros vascos. Los granitos de arena son bien distintos y de ahí que me parezca tan poco acertada la expresión. Ni son pequeños, ni son livianos, ni mucho menos cómodos, y nadie los lleva sin darse cuenta pegados en las chancletas. Nacen de la conciencia, del compromiso, de la lucha contra una injusticia que no hay que ir a buscar tan lejos, y todos ellos conforman, no una montaña, pero sí un muro difícil de dinamitar; un muro de contención al aislamiento, al silenciamiento y al olvido. Miles de granos de arena que día tras día se depositan aquí, en este pueblo sacudido y zarandeado, pisoteado, haciendo frente a la persecución, a la criminalización, a las etiquetas, a los insultos, a las amenazas... y más de una, más de dos, y de tres veces, a los golpes y los porrazos.

Solidarios y solidarias infatigables engrosando las manifestaciones multitudinarias y esas otras mucho más pequeñas del pueblo o del barrio, haciendo posibles las encarteladas de todas las semanas, denunciando la situación en las cárceles, exigiendo el respeto a los derechos de las presas y presos vascos... Pero además, haciéndoles llegar lo mejor que tienen: su vida. Retazos de su vida en el papel de una carta, en las anédotas que quieren compartir, en la fotografía de unas flores en una ventana o de las nubes que cubren el Auñamendi, en el libro que leyeron y les emocionó, en la maqueta de un nuevo grupo de música... Retazos de su vida capaces de rasgar la lejanía, de ahuyentar la distancia y el tiempo.

Cuando escribo esto pienso en mucha gente que conozco. Me vienen a la mente y a la sonrisa, a la risa y a la ternura, rostros, nombres y días. Pienso en la gente que ha hecho de la solidaridad con los represaliados un modo de vida. Pienso en tanta gente que conozco pero hoy pienso especialmente en Antonio. A quienes no le conocisteis puedo contarlos que fue alguien que a lo largo de los años hizo llegar a los represaliados vascos todo lo que tenía: su tiempo y su cariño; sus esfuerzos, su compromiso; su solidaridad, que nunca fue de banderita una vez al año. Murió el 13 de julio dejándonos la huella entrañable, imborrable, de sus enormes granitos de arena.

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