Sabino Cuadra Lasarte Abogado
Se veía venir
La cosa, además, tenía precedentes. En junio de 1999, sólo un día después de las elecciones al Parlamento Foral (UPN, 22 escaños; PSN, 11; EH, 8; EA-PNV, CDN e IU, 3 cada uno), el entonces secretario general del PSN, J. J. Lizarbe, impulsor hasta entonces de una campaña electoral «alternativa» a UPN en defensa del «cambio», anunció que por encima de todo estaba la identidad de Nafarroa y ofreció su colaboración a Sanz en favor de ese proyecto común. Al igual que hoy, el PSN, ante la disyuntiva de impulsar un marco de alianzas por el cambio real (Lizarbe afirmó entonces que de EH no quería ni su abstención), o acomodarse a las migajas que pudiera ofrecer UPN, se inclinó por esto último: durante tres años seguidos, los pactos presupuestarios entre UPN y PSN se sucedieron uno tras otro.
Después de esto, en el Congreso del PSN de 2004, Lizarbe fue acusado de romper el diálogo con UPN y escorarse hacia la izquierda y el nacionalismo por el sector más reaccionario del PSN, siendo sustituido por Chivite, su antigua mano derecha. Luego, cuando se evidenció que con éste no se podía ir electoralmente ni a por duros, sacaron de la chistera a Puras, que ha resultado ser algo así como cuarto y mitad de cada, y medio y cuarto de nada. O sea, alguien dispuesto a tragar con todo lo que le echen desde arriba, y punto.
El PSN es un partido asentado en tres patas: la que se apoya en Madrid, la que entronca en los poderes fácticos forales y, por último, la que guarda relación con su pasado lejano. De estas tres, las dos primeras son las más importantes. La tercera enraiza con los restos republicanos, socialistas y vasquistas de un partido que fue y ya no es. Este sector fue cercenado por Urralburu y desde entonces no ha hecho sino perder peso político.
Al poco de celebrarse las pasadas elecciones, un amigo madrileño, de paso por Iruñea, participó atento a las apuestas que hacíamos un grupo de conocidos sobre el Gobierno que podía salir tras las elecciones. Al dar su opinión, una moza presumió de contar con unas muy buenas fuentes de información. Fue cuando el amigo madrileño apuntó: «Pues sabéis lo que os digo, que lo que pase aquí, en Navarra, lo saben sólo cuatro personas, y tres de ellas no son de aquí». «Y el cuarto no es Puras», añadió otro. Pues eso, si algo ha quedado claro estos días es que el PSN baila al ritmo que toca Ferraz.
¿Y qué decir de la segunda pata? Semanas antes de las elecciones, Felones, actual presidente del PSN, afirmó sin rubor alguno que Urralburu había sido, «sin duda, el mejor presidente que ha tenido Navarra». Es decir, desde las más altas instancias del partido se reivindicaba la época en la que desde el Gobierno del PSN -y la UGT, dirigida por Anzizar-, se tejió toda una red de complicidades con la derecha navarra asentada en el reparto de poderes políticos, sociales y económicos. Los pactos presupuestarios PSN-UPN abonaron toda aquella «modernización» a la navarra. Desde entonces hasta ahora, saber donde termina UPN y donde empieza el PSN (y también CCOO y UGT) es una tarea un tanto complicada a la vista de lo que han sido y son en el partido personas como Arbeloa, Anzizar, Tajadura, Aramburo, Reyes Berruezo, Eguren, López Mazuelas..., o los propios Chivite y Felones.
Se veía venir. La ambigüedad del discurso de Puras era más una apuesta por la continuidad (UPN-PSN o PSN-UPN: tanto monta, monta tanto) que por el cambio, pues éste sólo podía asentarse en ruptura con lo anterior. Más adelante, el regalo de la Alcaldía de Iruñea a UPN con la burda excusa de no coincidir en el voto con ANV/EAE fue un claro anuncio de lo que venía. La desvergüenza posterior evidenciada por el reparto mutuo de cargos entre PSN y UPN en el Parlamento Foral, fue algo que tenía que haber convencido hasta al más incrédulo Santo Tomás. Mientras tanto, el búnker sindical dejaba claras sus preferencias por un acuerdo entre los de siempre.
En este contexto, la actitud de los negociadores y dirección de Na-Bai no ha sido la mejor, ni mucho menos. Y digo esto porque, mientras tragaban todo lo anterior a fin de no dificultar unas negociaciones con el PSN que, según se decía, iban consolidándose y avanzando, se transmitía una imagen desfigurada de lo que se iba asentando: un pacto real de reparto de poderes entre UPN y PSN. Ni que decir tiene que todo ello, además, iba acompañado de una renuncia a presionar socialmente sobre el proceso negociador, pues todo ello podría ser entendido como desestabilizador.
No, la política del cambio tranquilo y amable, sin mínimos previos, defendida por Na-Bai no ha servido de mucho. No lo digo yo, lo dice la realidad vivida. Es posible que en el pasado se haya actuado con excesos maximalistas (alguno de ellos -posibilidad de conseguir la oficialidad del euskera en el ámbito educativo...- fue notable), pero es evidente que renunciar a la propia identidad (ikurriña, órgano común, oficialidad para el euskera...), aceptar las reglas de juego ajenas (Constitución, Amejoramiento...) y tragar los sapos del neoliberalismo y desarrollismo del PSN (infraestructuras -Itoiz, Canal de Navarra, TAV...-, régimen impositivo, política industrial y agraria, etc...), no han servido para atraer al PSN a bando progresista alguno, sino más bien para lo contrario; es decir, para debilitar y difuminar los fundamentos políticos propios. Porque, al final, el principal desacuerdo político fue el reparto de consejerías.
Nadie sabe a día de hoy como puede terminar este cansino culebrón, pero el panorama que se dibuja no es nada alentador. En cualquier caso, creer que en el futuro podrá atraerse al PSN a posturas de cambio real aceptando sus reglas de juego (Constitución, Amejoramiento, Ley del Vascuence y de Símbolos...), su baraja, sus árbitros y dejándole, además, ir de mano y hacer trampas (alcaldía de Iruñea, Parlamento Foral...), es apostar por el fracaso. Porque la solución, en el fondo, no pasa solamente por mejorar nuestra presencia institucional (presencia, por cierto, desfigurada y disminuida por la ilegalización), y luego entrar a negociar con el PSN, sino por mejorar la correlación de fuerzas existentes haciendo frente a la derecha caciquil y a todos sus aliados. Y eso pasa hoy por activar todos los ámbitos de la vida política y social -euskaltzales, sindicales, juveniles...- en torno a un proyecto de cambio real, político y social. Un proyecto de ruptura, no de continuidad.