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La música kurda traspasa las fronteras con «Media luna»

«Media luna» es el símbolo cinematográfico del Kurdistán, un pueblo desmembrado con una parte visible y otra oculta, debido a la falta de un territorio nacional propio. Con esta película de resonancias mágicas, el cineasta kurdo Bahman Ghobadi obtuvo por segunda vez la Concha de Oro en el Zinemaldia, dos años después de haberlo hecho con «Las tortugas también vuelan». La música aparece como el medio para combatir las divisiones y obstáculos fronterizos.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

Bahman Ghobadi es una persona muy querida en Euskal Herria gracias a la buena relación que mantiene con el Zinemaldia donostiarra, pues, a pesar de lo corto de su todavía joven filmografía, ya ha ganado dos veces la Concha de Oro. En la primera ocasión, hace tres años, lo hizo con una rotundidad y unanimidad absolutas, ya que «Las tortugas también vuelan» era la máxima favorita en todas las quinielas de crítica y público. Su segundo triunfo en la pasada edición con «Media luna» no resultó tan claro, debido a que fue compartido ex aequo con «Mi hijo», abucheada ópera prima de Martial Fougeron.

La decisión del jurado presidido por la actriz francesa Jeanne Moreau fue muy discutida, lo que no le impidió al cineasta kurdo posar feliz junto a su colega europeo levantando una copa, que no vació por contener alcohol. Ese gesto condescendiente para con la cultura festiva del país anfitrión también encerraba la austeridad de un hombre procedente de una nación clandestina, en la que actual e históricamente no han abundado los motivos para brindar.

Sin embargo, el cine de Ghobadi posee un profundo sentido del humor, que en «Las tortugas también vuelan» se teñía de negro, dado que el tema que trataba era dramático. Los niños aparecían como las víctimas de la guerra, obligados a crecer en campos de refugiados y a jugar en campos minados. El hecho resultaba muy cercano y directo para cualquier espectador, porque la invasión de Irak ocupaba las portadas de todos los informativos. En medio de esa situación caótica, a los kurdos les toca una vez más ser los desplazados, el pueblo relegado al mayor de los olvidos.

Lo bueno de Ghobadi es que no se deja abrumar por las circunstancias, ni tampoco sufre más de la cuenta por su comprometida condición de portavoz en medio de la larga travesía del desierto.

Con «Media luna» vuelve a aferrarse a la tradición popular kurda, según la cual las penas del destierro y la persecución se combaten con la alegría cotidiana y la pasión por su música étnica. La realización, sobre todo en la primera parte, tiene un aire de comedia costumbrista, a la vez que está narrada en forma de película de carretera. Es por ello que el elemento humorístico es un simpático y dicharachero conductor de autobús, encargado de llevar a los músicos protagonistas en su viaje.

Kako, que así se llama el divertido chófer, es un empedernido aficionado a las peleas de gallos, considerado como el principal entretenimiento nacional. Además, es un rendido admirador de Mamo, el anciano músico al que todos respetan como un verdadero maestro en el Kurdistán iraní. Lleva casi cuatro décadas sin poder dar un concierto para los hermanos kurdos de Irak, por lo que ahora tiene la oportunidad de superar la prohibición y reencontrarse con ellos. La tensión fronteriza va a dificultar e impedir que lleve a cabo su sueño, al que empuja a sus diez hijos, tras ir recogiéndolos por el camino, uno a uno, junto con sus instrumentos. En la segunda parte del accidentado trayecto, el objetivo final comienza a mostrarse inalcanzable, hasta el punto de que el viaje va perdiendo su dimensión terrenal para convertirse en un transcurso hacia la otra vida, en medio de presagios que hablan de muerte.

Fuga poética

En su tramo final, «Media luna», título en referencia a una cara visible y otra oculta, acude al simbolismo, a un punto de fuga poético mediante el cual dibujar un cielo kurdo a falta de una verdadera y definitiva implantación territorial. Ghobadi pasa del realismo social a la pura abstracción, sirviéndose como enlace entre este mundo y el más allá de una voz celestial, la de la cantante llamada Hesho y que el viejo Mamo considera imprescindible para su recital al otro lado de la frontera.

El tono fabulador es introducido en el pasaje en que Ghobadi se inventa una ciudad de mujeres exiliadas, un supuesto lugar a donde irían a parar todas a cuantas no dejan cantar. Es una alegoría sobre la prohibición que pesa en Irán sobre las mujeres, a las cuales no se les permite cantar delante de los hombres y, solamente en ocasiones excepcionales, entre ellas. Real o no, constituye la parte más musical de la película, presidida por impresionantes coros femeninos con sus panderos sobre los tejados de las casas.

En el resto del metraje se echa de menos la presencia de la música popular kurda, de la que se habla mucho pero nunca llega a sonar. La imposibilidad del concierto parece ser la justificación argumental de esa ausencia, pero es una lástima que Ghobadi no optara por reunir a un reparto de verdaderos músicos, ya que las paradas en el camino se prestaban a tomas con los instrumentos. Sorprende más que no haya tirado por la opción de la antropología musical, cuando la película ha sido financiada desde Austria por el Festival Mozart.

Con motivo del 250 aniversario del nacimiento del compositor vienés se puso en marcha un proyecto dirigido a artistas de otras culturas, con tal de obtener un reflejo de la influencia del genio universal en otras latitudes. Y cierto es que el «Réquiem» mozartiano juega un papel esencial en el desenlace de «Media luna», aunque debería haber sido contrastado con los sonidos de raíces kurdas que reflejan ese mismo sentimiento terminal.

Al no existir una cinematografía kurda, cada vez que Ghobadi rueda tiene que inventarse una industria de la nada, formando equipos técnicos y artísticos sobre la marcha. No es de extrañar, por tanto, que una película con tantas dificultades para su realización como «Media luna» acabe por tener un aire mágico e irreal. En apenas seis años y con tan sólo cuatro largometrajes, el cineasta kurdo de Irán se ha labrado un prestigio internacional que le permite acceder a ayudas del exterior, por desgracia imprescindibles para sacar adelante sus proyectos. El hecho de haber aprendido el oficio como ayudante de dirección del prestigioso cineasta iraní Abbas Kiarostami le abrió las puertas, máxime al salir premiado en el Festival de Cannes de 2000 con su ópera prima, «El tiempo de los caballos borrachos».

PROHIBICIÓN

En setiembre pasado, tras conocer que había obtenido su segunda Concha de Oro, Brahman Ghodabi quiso dedicar el premio «a todo el pueblo kurdo, un pueblo oprimido por muchos países». Mostró su deseo de que su película fuera vista en Irán, donde, pese a los galardones, continúa teniendo problemas con la censura.

Bahman ghobadi, un cineasta que ha conseguido «ser director de cine sin tener una cámara»

Diez meses después de recibir la Concha de Oro, el cineasta kurdo iraní Bahman Ghobadi trabaja en su próxima película, un filme «dramático sobre la juventud de Teherán y la pena de muerte». Ghobadi, que pasó por Madrid para ofrecer una conferencia sobre la relación entre música y cine, confesó que «Media luna» nació como «una película de encargo» para participar en el Festival Nuevas Esperanzas de Viena, que conmemoraba el 250 aniversario de la muerte de Mozart con obras que, «inspiradas por la música del compositor austríaco, reflejasen los problemas del nuevo siglo». En su caso, le inspiró el «Réquiem», una composición que «demuestra que Mozart no sólo hacía música, sino magia, algo necesario en Irán para tener esperanzas en la vida y ante la muerte».

«Los artistas iraníes, y en especial las mujeres, viven una situación muy difícil», explicó, ya que «en vida les callan sus sentimientos y el reconocimiento les llega siempre después de la muerte», una persecución que también sufre Ghobadi, cuya película ha sido prohibida en Irán. «El ministerio censuró primero una escena en la que aparecen los actores con una mapa en la mano; decían que eso era la reivindicación de un estado kurdo», confesó el cineasta, quien opina que su película ha sido prohibida «porque no les gusta el espíritu», que no es otro que «un sincero homenaje al ser humano y a los artistas iraníes». Una muestra de que «Media luna» no está «contaminada con temas políticos» es que no aparece ni una sola bomba ni soldados norteamericanos, aunque el cineasta culpó a los EE.UU. de la situación de los países árabes porque «instruyeron en su día a gente como Bin Laden y Sadam Husein».

Ghobadi siempre ha querido reflejar la realidad de su pueblo, una tarea para la que se sirve de actores no profesionales, kurdos vecinos de Teherán. A pesar de que muchos de ellos nunca antes habían visto una película, como el protagonista, Ismail Ghafari -es portero de una escuela-, hacen un trabajo más que digno, del mismo modo que Ghodabi ha conseguido «ser director de cine sin tener una cámara», lo que lleva a preguntarse «qué sería de los pobres si nos diesen oportunidades».

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MUJERES

«En Irán, ninguna mujer puede cantar delante de hombres y sólo se les autoriza a hacerlo delante de mujeres en contadísimas ocasiones. Quería rendir homenaje a todas las cantantes iraníes que ya no pueden cantar y que están exiladas en sus propios hogares», dice Ghodabi.

MÚSICA

«La mezcla de tragedia y comedia es la esencia de la vida del pueblo kurdo, que se ha enfrentado a tantos sufrimientos y tragedias en la historia. Se refugian en el humor y en la música para poder seguir adelante, para no perder la esperanza en un destino que no sea tan amargo».

La voz de Aynur

La voz celestial prohibida a la que hace referencia «Media luna» bien podría ser la de Aynur, que es la cantante kurda más conocida en Occidente y la que mejor transmite la herencia musical de su pueblo. Ella tenía un papel estelar en la película de Fatih Akin «Cruzando el puente: Los sonidos de Estambul», donde también salía su grupo Orient Expressions. Aynur, sin ser una cantante especialmente politizada, ha sido un claro ejemplo de la persecución que la música kurda sufre también en Turquía. Su exitoso segundo disco «Keçe Kurdan», título traducible como «La chica kurda», fue secuestrado quince meses después de su publicación en el año 2004, cuando ya se había dado a conocer en el extranjero.

M.I.

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