Los norteamericanos están empeñados en explotar la paranoia hacia todo lo extranjero. Es por ese motivo que dentro del cine de terror empieza a proliferar un subgénero turístico, con historias de jóvenes yanquis que viajan a lugares remotos que son un infierno. Lo peor es que, a veces, esas películas tan irresponsables perjudican a la industria turística de países pobres que necesitan de las divisas extranjeras.

Este es el caso de «Turistas», que sigue la línea de la no menos xenófoba «Hostel», perjudicando al turismo brasileño del mismo modo que aquella otra cinta satanizaba a la Europa del Este. Como ya se sabe que el transporte juega malas pasadas en los países tercermundistas, el grupo de excursionistas anglosajones que viaja por Brasil sufre un accidente cuando se dirige en autobús hacia Recife. A partir de ese momento lo que parecía un paisaje exótico de postal, ideal para la juerga nocturna de sexo y alcohol en medio del excitante calor tropical, se convierte de repente en una trampa mortal.

La selva amazónica vuelve a ser por momentos el escenario de las películas de terror caníbal de los años 70, del que surge un malvado doctor directamente inspirado en el nazi Mengele, pero con un toque antiimperialista nada sutil. Este enloquecido cirujano se dedica al tráfico de órganos, necesarios para salvar vidas de niños sin futuro en los atestados hospitales brasileños. Aunque no hay que buscarle ningún sentido político a esta burda variante del conflicto entre el norte desarrollado y el cono sur, porque se trata de un mero pretexto para la consabida ración de escenas gore.