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Antonio Alvarez-Solís

La lealtad con el propio pueblo

En Madrid ha empezado la batalla por el voto de los españoles. Las elecciones llegarán pronto y podrían sorprender sin aceite en el candil a las vírgenes del PP o las del PSOE, que son, sin embargo, las mismas vírgenes del españolismo. Por tanto y ante todo deben distinguirse unas de otras. Esa es la cuestión. ¿Pero cómo?

En política económica ambos trabajan por la misma causa. En política social orientan igual su velamen. En política cultural manejan alternativamente los mismos pesebres. En política internacional las dos siglas ofician en el altar del Imperio. En política militar hacen las mismas guerras. Sobre el terreno yermo de una destruida democracia la elección de una diferente piedra que descalabre al adversario se vuelve materialmente imposible. Quedan sólo dos campos para demandar el voto distinto: el religioso y los nacionalismos catalán y vasco. Eliminemos de antemano el religioso. Los «populares» acuden a los santos y los socialistas van a misa de campaña. No hay mucho margen.

Respecto a los nacionalismos el catalán está seriamente averiado. No resta, pues, para granjear el sufragio sino la cuestión vasca, el gran recurso que levanta masas enajenadas en la Puerta del Sol. Pero también ahí las ideas padecen el mismo moho. No queda más que una selección de actores y buscar el propio estilo de desangrar lo euskaldun. Exhibir piezas vascas es lo único que puede estimular los votos en España. Están en ello los dos. Pero dada la energía de la calle vasca esta tarea demanda como cobertura auxiliares vascos que interpreten en euskera el texto pulido por Madrid, ya que no quedan tantos ciudadanos en Euskadi seducibles por voces de la otra orilla. El panorama desmiente la retórica importada. Se vuelve a las detenciones masivas urgentes, a los tribunales de excepción, a la oferta de precio por quintacolumnismo. Duero abajo triunfará el que muestre más vascos en su zurrón de caza. Creo, sin embargo, que Duero arriba Euskadi pedirá graves cuentas políticas a los que hayan servido a los fines del Estado. La lealtad con el propio pueblo va a pesar mucho. Quizá me equivoque, pero el nacionalismo vasco no podrá ser envenenado como el catalán.

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