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Ainhoa Sagarzazu Lazkoz Afectada por el Tren de Alta Velocidad

El monopolio de las bombas

Quienes defienden y ejecutan el TAV poseen el monopolio de la violencia. Ellos parecen saber lo que es bueno para el pueblo, pero sin contar con él. Es el despotismo ilustrado de nuestros días

Esta es la no-noticia leída en ningún periódico el 14 de julio: «Un artefacto explosivo estalló el 13 de julio en las inmediaciones de Urbina. La detonación se pudo escuchar a un kilómetro a la redonda y la onda expansiva provocó temblores de tierra. Se calcula que cientos de kilos de explosivos fueron utilizados para la deflagración que abrió un cráter de tamaño considerable en la montaña colindante.

Testigos presenciales afirman que los explosivos habían sido transportados al lugar de los hechos siete días antes a plena luz del día. Al parecer, tres hombres armados iban en cada vehículo a la cabeza y a la cola del camión que llevaba la dinamita».

Esta explosión sucedió en realidad, pero no fue noticia. Ningún medio de comunicación se hizo eco. Los autores no son buscados por la Policía. Los explosivos no han sido conseguidos en la clandestinidad. Quien accionó el detonador no será perseguido por la Justicia. La Guardia Civil no abrirá una investigación sobre lo sucedido.

De hecho, es la mismísima Guardia Civil la encargada de supervisar el transporte y la deflagración de las cargas que en lugares como Urbina han comenzado a explotar de forma habitual. Este material bélico es adquirido, transportado y accionado con los pertinentes permisos legales. Explosivos preparados para dinamitar una monta- ña y todas las que se pongan en el camino de la línea recta trazada sobre el mapa con una regla desde un despacho. Se ha declarado la guerra contra la tierra.

La violencia contra la naturaleza y las personas que quieren defenderla es inherente al proyecto del TAV. También contra los pueblos, sus gentes y sus modos de vida. La veda está abierta. Violento es el concepto del TAV y violenta es su ejecución. Sin embargo, pocos proyectos habrán sido comenzados con tan poco boato como éste. Esta vez no ha habido cintas inauguradoras, botellas de champán, cámaras de televisión ni visitas de ingenieros con cascos amarillos. El inicio ha tenido más de clandestino que de oficial. ¿No habría sido de otra manera de haber contado con el apoyo de la población supuestamente beneficiada?

Pero las obras siguen adelante. Ya son varios los tramos donde han entrado las máquinas. Muchos más han sido ya licitados. Los terrenos, antes propiedad privada de uso agrícola o comunal (como en Urbina) son expropiados y militarizados. Las expropiaciones, algunas acordadas y otras forzosas, se están haciendo de modo casi tan secreto. Todo en nombre del interés general.

Cuesta creer que lo que se puede ver en Urbina sea de interés general. Un desolador paisaje de tierra arrasada y devastación reinan en 2 km2 de super- ficie plagada de maquinaria militar como botón de muestra de lo que sucedería a lo largo de los 400 km de TAV que atravesarían Euskal Herria. Quienes defienden y ejecutan el TAV poseen el monopolio de la violencia. Ellos parecen saber lo que es bueno para el pueblo, pero sin contar con él. Es el despotismo ilustrado de nuestros días.

Mañana, nos encontraremos en la plaza de Urbina y de allí nos dirigiremos a las obras. Hoy es más necesaria que nunca nuestra presencia en el lugar que ocupan las máquinas y los armados. Hay que recuperar el territorio arrebatado a la fuerza. Con nuestros cuerpos diremos que la tierra es un lugar para vivir y no un interminable pasillo por el que circular.

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