Los escándalos conducen al pelotón hacia una nueva era
Los escándalos en el Tour en torno al dopaje no son sino la consecuencia de los nuevos aires de limpieza que soplan en el ciclismo. Las caídas de Michael Rasmussen y Alexandre Vinokourov estaban cantadas; el que no acata las reglas es expulsado. Es el camino a seguir. Los tramposos quedan fuera. Y en esa paranoia rueda el pelotón. En medio de la conmoción que dejó la salida del Tour de Michael Rasmussen después de su exhibición en el Aubisque y la decisión del Cofidis de retirar su equipo de la prueba tras el positivo de Moreni, la organización del Tour quiso trasmitir en Pau mensajes positivos que nada tenían que ver con la preocupación que trasmitían todos los integrantes de la caravana.
Unai IRARAGORRI
La imagen es mala, penosa. Es un Tour de los sobresaltos, de terremotos. De positivos y de sospechas. El maillot amarillo del Tour no encuentra dueño. Lance Armstrong lo dejó huérfano. Michael Rasmussen, presumible ganador, fue expulsado, y Floyd Landis, vencedor en 2006, ha sido desposeído de su título. Alexandre Vinokourov, Ivan Basso y Jan Ullrich han descarrilado. Toca limpia. Una nueva era se acerca. No hay sitio para los tramposos, ni para las trasfusiones ni para la EPO. La presión, y la multiplicación y la mayor eficacia de los controles cercan el camino. Una época de hipocresía y de mirar para otro lado ha acabado. Algunos no se han dado cuenta y siguen cayendo en el precipicio. Pero en el pelotón hay una sensación generalizada: hay que cambiar. El que no se suba al nuevo tren se quedará fuera y proscrito.
El ciclismo se ha convertido en un despropósito. Los ciclistas viven bajo el yugo de la paranoia. Los directivos son de lo peor, no tienen un conocimiento mínimo, y se mueven por dinero. Ayer se supo que Rasmussen nunca debió empezar el Tour. El reglamento antidopaje es claro: si un ciclista se salta un control por sorpresa 45 días antes del inicio de Tour, Giro o Vuelta queda excluido de esas carreras. Los responsables del Rabobank lo pasaron por alto, lo escondieron y no lo comunicaron a los organizadores. La UCI lo sabía y también calló.
Equipos, organizadores y UCI sólo miran su interés. Y el ciclismo se ahoga en esa lucha de poder, agoniza. Los ciclistas también tienen parte de culpa. Algunos no se han dado cuenta de que llega un cambio, una nueva filosofía, y el resto paga por la irresponsabilidad de unos pocos. No se debe hablar de un mal generalizado pero sí de una educación equivocada.
La empresa ASO consiguió su propósito desde el inicio del Tour: liquidar a Rasmussen, un ganador indigno, según Patrice Clerc, presidente del Tour. Las sospechas han acabado con el danés, unas dudas que el mismo corredor ha alimentado. No ha dado positivo en las decenas de controles a los que ha sido sometido, pero ha mentido a la UCI, a la Federación Danesa, a su equipo Rabobank y, en definitiva, a la afición. Ha quebrantado el código interno, señalan desde el conjunto holandés. Ahora es sospechoso, pero no hace cuatro días cuando el mánager Theo Van Rooij defendió la presunción de inocencia de su corredor. Antes de la salida del Tour en Londres, el conjunto holandés ya conocía los vaivenes de Rasmussen; entonces no consideró oportuno apartarle, no aplicó ningún reglamento, pero sí anteayer cuando había consolidado el maillot amarillo. ¿Tan difícil era comprobar el pasaporte del corredor? ¿No conocían ese reglamento antidopaje? Era una bomba de relojería. Sin ninguna duda, la organización del Tour ha presionado, así lo han reconocido además, no le querían. Sobre todo, no deseaban que se repitiese el affaire Landis. El estadounidense sí alzó los brazos en París y días después destaparon su positivo. El caso es que el Tour 2006 arrancó sin conocer el ganador del año anterior pues el caso del estadounidense todavía no se ha resuelto.
Por primera vez, no había dorsal número uno. Y por primera vez en la historia del Tour el pelotón partió ayer sin maillot amarillo, sólo al final de la etapa Contador tomó posesión. Al madrileño del Discovery sí le quieren en lo más alto. Tiene el camino despejado. ¡Cómo estarán los franceses que ahora adoran a Contador!, que no hay que olvidar pertenece al Discovery, el equipo que maneja Armstrong, otro campeón que la organización se empeñó en manchar, pero no pudieron con él. En cambio, Basso, Ullrich, Landis, Vinokourov y Rasmussen sí han caído.
El mensaje, por otra parte, es claro: no hay sitio para los tramposos. Tampoco para los sospechosos. Y Rasmussen lo era porque ganaba demasiado fácil en la montaña y por su asombrosa mejoría en la contrarreloj. Se lo han quitado de encima. Ni siquiera ha dado positivo como Landis. Contador cae bien, y parece buen chaval, tiene unas cualidades extraodinarias, igual que Rasmussen, pero fue pupilo de Saiz y ahora lo es de Armstrong. Es otro sospechoso, como lo era y es Valverde, y como lo son todos, por desgracia, por culpa de unos trapecistas que juegan al límite. Todos entran en el mismo cajón por los juegos malabares de unos pocos. Es la paranoia del ciclismo.
El ganar carreras suponen rumores y sospechas, y si además lo haces con facilidad, la presión y los controles se multiplican. Nadie cree en fenómenos como lo fueron Merckx, Indurain o Armstrong.
Es la hora del cambio, de una nueva era, aunque para ello sea necesario una catarsis. El deseo de ser el mejor, la fama y el dinero ciegan y algunos deciden pagar el peaje del dopaje. Muchos hasta ahora estaban convencidos de que sin vitaminas extra era imposible destacar mínimamente. Y tenían razón. Era un círculo vicioso y un entorno de médicos, mánagers y directores, unas mafias que alentaban a ello. Algunos ya han sido desterrados, otros siguen.
Tienen los días contados. El estrecho se cerca. Es más difícil el engaño, y los tramposos van cayendo. Sí, el corredor acepta meterse en el laberinto de la EPO o las trasfusiones, bajo presiones veladas de mánagers y patrocinadores, y a nadie se le escapa que a su alrededor tiene que haber una infraestructura.
Expulsan a corredores sin dar positivo, les exigen el ADN y les obligan a indicar su paradero en todo momento. Sin vida privada. Controles sorpresa a la puerta de casa, delante de la familia. Ciclistas, escoltados por gendarmes, tratados como criminales. Unas situaciones excesivas que necesitan de un reordenamiento, y, sobre todo, de una cultura y una educación ciclistas. Todos de la mano y llegará la victoria de la credibilidad.