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¡No es una mujer, es una fotografía!

Josu MONTERO

Periodista y escritor

Esto no es una pipa», escribió el pintor belga René Magritte en uno de sus más famosos cuadros, una obra que consiste precisamente en una gran pipa. Nos advertía Magritte sobre los peligros de confundir la realidad con su representación. En efecto, aquello, claro, no era una pipa, era un cuadro. Un peligro aún más contemporáneo, terrible y sutil que el de confundir la representación con la realidad, consiste en lo contrario: tomarse la realidad como mera representación, y por tanto como ficción. La televisión y las nuevas tecnologías del ocio y la comunicación lo convierten todo en espectáculo, en imagen espectacular, en ficción. Insensibilización, banalización y confusión son los males sociales que ello provoca. En «La ciudad de las patrañas», el dramaturgo norteamericano David Mamet recuerda sus peripecias como redactor de la revista masculina «Oui», trabajo que desempeñó en su juventud. En una ocasión -cuenta Mamet-, mientras observaba con entusiasmo a la chica del desplegable central, un compañero bisoño exclamó: «¡Os habéis fijado qué mujer!», a lo que otro ya veterano respondió: «¡Chico, eso no es una mujer, es una fotografía!».

Es evidente que el cine y la televisión sacan mucha ventaja al teatro en lo que a representación del sexo y de la violencia se refiere; pero ya hemos visto los frutos de esa «verosimilitud». Es complicado llevar al escenario violencia y sexo de forma creíble; muchas obras naufragan en el intento. Pero quizá la violencia mayor habita en la palabra, y el teatro es el lugar idóneo para desentrañarla y ponerla en evidencia; la obra de los nobel Harold Pinter y Elfriede Jelineck va por ese camino.

No es la nuestra una época propicia a la sutileza, a la sugerencia, a las veladuras, a la penumbra; hoy lo queremos todo evidente, bajo los focos más potentes. Pero el teatro sabe bien que el espectador prestará más atención a aquello que se distingue ahí, a un lado, en la penumbra, que a esa otra figura central plenamente iluminada. Quizá por oposición a esa tendencia social general a que aludíamos, una parte del teatro más actual renuncia a la representación y busca poner «verdad» ante los ojos del espectador; no hay por tanto personajes, sino actores, seres humanos, y no se pretende representar nada, sino simplemente que las cosas sucedan.

Hay incluso algunos directores que desean desprenderse de lo más consustancial a su labor, esto es, la puesta en escena, ya que la asocian con el artificio. El autor y director madrileño Carlos Marquerie ha afirmado al respecto: «Quizá al mundo le sobra puesta en escena, disimulo ante la realidad o elementos que endulcen lo que en sí es amargo, intermediarios entre los hechos y la percepción que tenemos de ellos».

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