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Jacinto Martinez Alegria Ex concejal del Ayuntamiento de Iruñea

Comentarios callejeros

Vuelvo a Pamplona, me quedé sin sanfermines. Empiezo a leer la prensa impía y blasfema. Lo primero que leo, un concejal de UPN patea a un concejal de ANV porque este concejal exhibe una ikurriña. Empezamos bien. Calculen ustedes el follón que se habría armado si hubiese sido al revés. La consabida rueda de prensa explicando que ETA vuelve a las andadas lo primero que deben hacer los tribunales es ilegalizar este partido que, por cierto, según ellos tenía que haber sido ilegalizado. Pero esta agresión no tiene mayor importancia. Se trata de un pequeño altercado entre autoridades. Un hecho aislado.

La alcaldesa Barcina nos aclara que no tiene ninguna importancia quién es el que lanza el chupinazo, lo que sí tiene importancia es lo que se diga. Lo de «pamploneses y pamplonesas: viva San Fermín» es imposible de superarlo. Comprendo que debe ser trascendental tirar el cohete ese día 6 a las 12 del mediodía. Me acuerdo de compañeros míos concejales que para ellos era el mayor honor de su vida. Adelante con el honor de las personas. La alcaldesa Barcina se lamenta de los honorarios que le supone al Ayuntamiento lo que le corresponde a la concejala de ANV, Mariné Pueyo. No estaría de más que doña Yolanda nos explicase a nosotros los contribuyentes sus percepciones económicas que rozan más de cincuenta millones anuales según tengo entendido, con pisos en Pamplona, Sarriguren, y creo que en Santander o León. Infinitamente superior a aquellos alcaldes que yo conocía, que percibían 10.400 al mes por gastos de representación. Por supuesto que los concejales no cobrábamos nada. Ya sé que las comparaciones son odiosas pero creo que es necesario que la ciudadanía lo sepa. Supongo que los cuatro votos en blanco de los concejales socialistas merecerán un pago obligado aunque no se entere nadie. Lo de insultar a Rodríguez Zapatero por parte de UPN desde que es presidente del Gobierno no tiene mayor importancia.

No quiero olvidarme de Monseñor Antonio María Rouco Varela, cardenal arzobispo de Madrid, que exige al cura obrero del barrio de Vallecas que pida perdón. No aclara el dichoso arzobispo a quién tiene que pedir perdón.

Es decir, yo al menos lo veo de esta manera, un cardenal que vive muy bien, a mesa puesta, pretende que un cura verdadero representante de ese Cristo clavado en una cruz y escarnecido, le pida perdón supongo que a esa Iglesia jerárquica, poderosa, vaticana compuesta de papas, cardenales y obispos.

En resumen, faltaba escuchar tal bobería. Vuelvo a recordar los ocho millones de pobres que están encima de nuestras conciencias, a ver si de esta dolorosa situación se enteran los partidos políticos, porque esto sí que puede calificarse de terrorismo puro y duro. No basta que la iglesia les asegure el reino de los cielos.

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