El 112 aniversario de la fundación por Sabino Arana del PNV sirvió para que, una vez más, las dos almas del partido se expresaran con nitidez. Sin una sobredosis de crispación, sin excesos de acritud, pero mostrando claramente que Josu Jon Imaz y Joseba Egibar pueden compartir, como hicieron, la vocación por preservar la unidad del partido y abogar en su discurso por sus principios fundacionales, pero para defender postulados prácticos tan diferentes que, de no ser por la larga tradición jeltzale en sortear debates que puedan hacer peligrar sus intereses en la gestión institucional, no encontrarían una cabida lógica dentro de una misma formación política.

Imaz dice que la lealtad al partido debe prevalecer sobre la cuestión de quién está al timón de la nave. Pero Egibar echa en falta más bien que se diga hacia dónde va la nave. Sin acritud, pero a la línea de flotación. Para el presidente del EBB, el derecho de decisión se vincula obligadamente al concepto del pacto, «en Euskadi y con el Estado». Egibar rechaza la «tutoría política de ETA», pero asegura que es la negativa del Estado a asumir la existencia de la nación vasca y de su derecho a decidir la que impide que se resuelva el conflicto político y se alcance la normalización política.

Imaz da derecho de veto al Estado, y hasta suma otra cortapisa: construir la nación vasca implica imperativamente hacerlo «de forma pactada, entre diferentes, por mayorías amplias». Egibar matiza esa apelación a la transversalidad que Imaz comparte con el PSOE; ese acuerdo amplio sólo puede existir si hay respeto y capacidad de decisión, ya que hoy por hoy «la condición nacional española está soportada incluso constitucionalmente, y la de los vascos no».

En pleno proceso de renovación interna afloran los dos discursos, pero queda lo fundamental, como es saber si el PNV se dotará de un liderazgo y una propuesta política que sirvan para avanzar en un ciclo de resolución del conflicto o por el contrario sólo alcanzará a sellar un pacto entre familias en nombre de la unidad.