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Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Ingmar Bergman sueña tranquilo en Faarö

La autobiografía de Bergman, «La linterna mágica», quizá sea una de las lecturas más recomendables para conocer al director. A través de sus memorias comprobamos que desde muy pequeño apuntaba maneras: «Recuerdo una ocasión en la que la luz del sol caía sobre mi plato mientras comía unas espinacas. Yo movía el plato despacio y así era capaz de crear diferentes figuras fuera de la luz»

Bergman. Decían, y dirán, que era un poeta de la cámara. Pero, sobre todo, sus películas cobraron importancia porque enfrentó al espectador a un cine nuevo, de una densidad intelectual que era y sigue siendo poco asequible. Su obra, extensa y profunda, hablaba de asuntos que hoy por hoy la mayor parte de la gente evita mencionar en una conversación: Dios, la muerte, la incomunicación, el deseo y la soledad del ser humano... Temas para alguien que, a pesar de todo, ha sabido morir «tranquila y suavemente». De lo que no estoy segura es de si vivió de igual manera. Porque, como sus filmes, su vida fue intensa, marcada por una infancia coartada por la religión, pero en la que se intuían sus futuras preocupaciones por el mundo de las luces y las sombras.

Hay una extensa bibliografía sobre el de Uppsala, pero su autobiografía, «La linterna mágica», quizá sea una de las lecturas más recomendables para conocer al director. A través de sus memorias comprobamos que desde muy pequeño apuntaba maneras: «Recuerdo una ocasión en la que la luz del sol caía sobre mi plato mientras comía unas espinacas. Yo movía el plato despacio, de un lado a otro, y así era capaz de crear diferentes figuras fuera de la luz». Impulsor de la Academia del Cine Europeo, se consideraba director de teatro más que de cine, y lo fue, porque sus intereses eran multidisciplinares. Aunque nada tocado por él ha sido tan alabado y seguido como su filmografía. Películas como «Persona», «El manantial de la doncella» o «Fanny y Alexander» son sólo una pequeña parte de su trayectoria artística.

Tras «El séptimo sello» (1957) su carrera cinematográfica estuvo rodeada de reconocimientos. Y entre estos están los de aquellos actores y actrices a los que dio a conocer. En una conversación que mantuve con Max Von Sydow me habló de Bergman y de lo mucho que éste le había influenciado en su profesión: «Para mí, y para los que han trabajado con él, es el director ideal; sabe lo que quiere y su trabajo es extraordinario. Elabora sus textos, sus guiones, que en muchos casos están basados en su vida. Así que siempre tiene respuestas para cualquier pregunta que le hagas. Te obliga a seguir sus consejos, te da una idea del ritmo sicológico, estimula tu imaginación, te inspira para ir en busca de tu papel. Es la persona que más ha influido en mi carrera». Su obra seguirá siendo un refugio para la inspiración.

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