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Josu Iraeta Ex Diputado de Herri Batasuna

Confluencia de intereses

La formación que preside Josu Jon Imaz ha mantenido una línea de actuación política que evita que en las instituciones que gestiona se tomen decisiones que cuestionan la estrategia de estado del nacionalismo español

Cuando en términos políticos se califica al sistema actual como «democracia formal», hay quien tuerce el gesto, por considerarlo peyorativo; sin embargo, yo no creo que la sociedad en la que vivimos sea en absoluto democrática. Si entendemos por democracia el ejercicio efectivo del poder por parte de una población no dividida ni ordenada jerárquicamente en clases, está perfectamente claro que estamos lejos, muy lejos de la democracia.

También es obvio que vivimos bajo un régimen de dictadura de clase, de poder de clase que se impone mediante la violencia, incluso cuando los instrumentos de esta violencia son institucionales y constitucionales.

Es por eso que cuando, a la hora de denunciar la arbitrariedad, la injusticia, la represión, la burocracia o la corrupción, se cita el «poder del Estado» se entiende que es de la Administración, la Policía, el Ejército, los grupos financieros y eso tan difuso y maloliente que habitualmente se denomina «aparato» de Estado.

Sin embargo, el poder político se ejerce también por medio de determinadas instituciones que aparentemente no tienen nada en común con él, que aparecen como independientes, cuando en realidad no lo son.

El poder cuenta con centros y puntos de apoyo «invisibles» y poco conocidos, de forma que su verdadera solidez y resistencia se puede encontrar donde uno menos piensa. No basta decir que tras el Gobierno, el aparato de estado, se encuentra la clase dominante, es necesario ubicar los puntos de actividad, es decir, los lugares y las formas bajo las cuales se ejerce esta dominación. Como esta dominación no es simplemente la expresión, en términos políticos, de la explotación económica, sino que es su instrumento, lo que la hace posible, sólo podemos eliminar la primera mediante el debilitamiento exhaustivo de la otra.

Es a partir de aquí donde intervienen los «agentes» en el sistema, actores necesarios sin los cuales la dominación política expuesta no tendría efecto y la consecuencia económica se vería seriamente debilitada.

Aunque no generan riqueza, no puede negarse que son maestros en la especulación y que, acostumbrados a la dificultad de la supervivencia, cuando acceden a gestionar poder no resulta sencillo apartarles del mismo, ya que muestran la «racionalidad» suficiente para, manteniendo intactos sus proyectos e ideologías, no ser sin dejar de serlo, lo que les permite prosperar.

Y es que la honradez compite con muchas dificultades en la política vasca. Me estoy refiriendo a las formaciones políticas que con su actividad influyen en el espectro económico, social, cultural y político en el sur de Euskal Herria. Los que sumados al sistema educativo en general y universitario en particular son auténticos «agentes», genuinos gestores al servicio del sistema.

Uno de los más veteranos y prestigiosos lo preside Josu Jon Imaz. Y afirmo al servicio del sistema porque la formación que él preside ha mantenido una línea de actuación política que evita que en las instituciones que desde hace tanto tiempo gestiona se tomen decisiones que cuestionan la estrategia de estado del nacionalismo español. Esto no es nuevo, pues a lo largo de la historia la naturaleza del conflicto en el que estamos inmersos, los diferentes protagonistas y su época, han dependido y dependen de muchas circunstancias, pero el resultado siempre ha sido el surgimiento de una estructura estable del reparto del poder liderada por el PNV que concilia los intereses de una élite vasca con la política diseñada por el poder central español. Así es como, tras treinta años de gestión institucional, el PNV se ha convertido en un verdadero búnker del poder. Cierto que su velero en los últimos meses «anda mal de trapo» pero siguen manteniendo una estructura compacta, con la que controlan y distribuyen recursos, influencia y privilegios. No debiera extrañar, pues, que mantengan duras y sordas luchas internas por los cargos y sus espacios de poder.

Y es que en las formaciones políticas actuales su adecuación al sistema ha perdido gran parte de su primigenia formulación ideológica. De hecho, los ideólogos han sido sustituidos por sociólogos y economistas que marcan el tempo y los cauces a seguir. Así es como muchos de sus cuadros y dirigentes se convierten en funcionarios a sueldo y otros muchos aspiran a serlo.

El PNV que hoy preside Josu Jon Imaz en pleno ejercicio de sus labores de agente activo del sistema ha sido -quizá sin pretenderlo- el artífice que ha demostrado durante el alto el fuego de ETA que la violencia que practica el Estado español no es de respuesta, es decir, que es permanente y que la utiliza para imponer sus intereses estratégicos. El presidente del PNV, actuando a modo de delegado de ventas de la Moncloa, chantajea a la sociedad vasca trasladando las directrices del Gobierno español, anteponiendo paz a normalización. Estrategia que ha quedado desautorizada a lo largo del periodo de tregua. Josu Jon Imaz es uno más, pero nada más. Un pequeño y hábil conspirador, nada más.

Por pura economía de esfuerzos y con la experiencia acumulada, opino que trabajar en la línea de atraer hoy al PNV a una confluencia de intereses no es rentable. No creo que ése sea el camino que ayude en la necesaria normalización. Normalización que permita el concurso explícito y permanente de la izquierda abertzale en todos los ámbitos de la política.

Lo que la experiencia de la historia determina a día de hoy es que, habiendo logrado -no sin esfuerzo- preparar la mesa, a la comida es oficialmente invitada la libertad, pero su silla permanece vacante, aunque el cubierto, dicen, está puesto.

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