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Joxe Iriarte, «Bikila» Escritor

Deporte, dopaje y ciclismo

Una profesión sujeta a una competencia mercantil feroz empuja al trampeo de sus implicados o a mirar hacia otro lado. ¿Es creíble que los directores, mánagers, médicos, entrenadores y preparadores físicos desconozcan lo que toman sus pupilos?

Tras el Tour lo deportivo ha quedado empañado por el escándalo del dopaje. Encima, nos llega la triste noticia de que Iban Mayo ( a falta de un segundo análisis) también se ha dopado. Sobre todo ello, unas reflexiones.

Hace unos 35 años, al pasar a la clandestinidad, tuve que dejar el deporte de competición (amateur). Sin embargo, en unos casos como practicante y en otros como espectador sigo gozando con el deporte. Considero el deporte una actividad que en lo personal va mucho mas allá de lo puramente físico. El entrenamiento y la disciplina que le acompaña modelan los músculos y la psique (podríamos decir también el espíritu) para adecuar el cuerpo al esfuerzo. Y ello lo he ligado al desarrollo de mi personalidad y me ha valido para afrontar muchas vicisitudes y gozar de sensaciones como las que se experimentan al alcanzar la cima de la montaña deseada, finalizar un prueba muy exigente como la maratón o posibilitar que mi pensamiento vuele libre.

Incluso cuando me limito a ser mero observador siendo muchas veces, pasión y deleite, y concretamente el Tour me ha proporcionado momentos de verdadero placer. Siento admiración por esos gigantes de la ruta.

Por eso me siento cabreado, triste, confundido por lo que ocurre en el ciclismo, cabeza de turco de una guerra contra el doping mal llevada y peor plantada (lo cual no quiere decir que yo sepa como hacerlo, juzgo resultados y modos de actuación).

Como deportista me repugna el doping. Jamás lo he necesitado ni lo he utilizado. Y pienso que quien lo utiliza, sea como aficionado o como profesional, además de perjudicarse así mismo, esta trampeando. Juega con ventaja respecto al resto de sus compañeros de fatiga y además pone en peligro su salud. ¿Y, a pesar de ello, por que ocurre?

Pienso, en lo relativo al deporte aficionado o popular, que el doping es un fenómeno residual y minoritario, aunque tiene su gravedad, pues afecta a personas muy desequilibradas, con un egocentrismo desmedido; un afán de protagonismo que produce, sobre todo, autoengaño.

En el deporte profesional entran en juego otros mecanismos, relacionados con las duras condiciones en que se desenvuelve el negocio. El deporte profesional, tal como hoy es entendido, empuja en buena medida al uso del doping. Los patrones quieren el máximo rendimiento de sus asalariados, el máximo de compe- ticiones. Ello acarrea muchas lesiones (a pesar de los adelantos en medicina deportiva, jamás ha habido tantas lesiones y tan graves como ahora) y despidos.

Para los deportistas, convertidos sobre todo en currelas, apremia asegurarse un futuro o el modus vivendi. Si un albañil se arriesga por cuatro perras a caerse del andamio y romperse la crisma, no es de extrañar que otros arriesguen su salud por mucho más dinero. La relación deporte extremo y practicante de origen humilde, y sobre todo de profesiones duras, no siempre es proporcional, pero se acerca mucho. ¿Conoce alguien a un hijo de papá boxeador?

Una profesión sujeta a una competencia mercantil feroz empuja al trampeo de sus implicados o a mirar hacia otro lado. ¿Es creíble que los directores, mánagers, médicos, entrenadores y preparadores físicos desconozcan lo que toman sus pupilos?

Por eso, no es posible un control efectivo del doping si no se cambia el modelo de profesionalidad y todo lo relativo al deporte concebido como negocio (directo o ligado a la publicidad) que todo lo corrompe.

El llamado código ético (no el control de la vida de la persona afectada) sólo será efectivo si se aplica al conjunto del aparato deportivo: desde las empresas al deportista. Si no es así, se impondrá la injusticia y la hipocresía. Por cierto, me resulta chocante que un banco se convierta en adalid del código ético contra el doping cuando jamás lo hacen con relación a las procedencias de los dineros que acogen en su seno... incluido los de negro origen y blanco polvo.

Y por último, y ligado a todo ello, están las guerras entre sectores que compiten entre sí. Me recuerda un poco, al mundo de la política oficial, donde determinados partidos, convertidos en cruzados de la anticorrupción, se lanzan a la yugular del que cazan con las manos en la masa, sin proponer jamás ir a la raíz del problema, tan ligada a su propia existencia y al sistema que defienden. Algo así esta ocurriendo con el ciclismo, cabeza de turco, que sirve para desviar lo que ocurre en otros deportes.

El ciclismo profesional exige a sus practicantes en época de competición, vivir casi como monjes-guerreros. No ocurre lo mismo con el fútbol o el baloncesto, por poner sólo dos ejemplos. Sus estrellas, además de ganar infinitamente más que los ciclistas, se ven publicitadas en medio de juergas y veladas nocturnas en las revistas de corazón. ¿Y al día siguiente qué tomaran para poder rendir el mínimo exigible? ¿Por qué no hay controles sistemáticos de doping ni siquiera en los campeonatos? ¿Se les exige un código ético que le obligue a estar localizado las veinticuatro horas del día? Es que el fútbol es ante todo negocio. Y si el fútbol cae, no hay pan y circo ni opio para el pueblo. Que conste, no tengo nada contra quien quiera doparse con opio, ni contra el deporte espectáculo. La cuestión es de proporción, de medida, de una necesaria revolución de sus fundamentos.

Hace falta un gran debate en el que participen, además de los directamente implicados deportistas, patrocinadores, instituciones diversas y aficionados que con sus dineros y asistencia aseguran su práctica generalizada. ¿Cómo se lleva a cabo todo eso? Yo no lo sé, soy sólo un aficionado- enamorado, pero sí tengo claro que es necesario hacerlo si no queremos que deportes como el ciclismo, espectáculos como el Tour entren en crisis definitiva.

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