Por fin el hijísimo Nick Cassavetes consigue quitarse el complejo de apellido ilustre, demostrando con su cuarto largometraje que es un autor con personalidad propia. Resulta más sorprendente tal exhibición de madurez e independencia, por cuanto llega después de un trabajo anodino y comercial para un gran estudio, el melodramón romántico «El diario de Noa». La experiencia sirvió para que reaccionara en vista de que «Alpha Dog» es justo todo lo contrario. Es una película dura y actual en la que se muestra el conflicto generacional de forma imparcial y descarnada, incluso acudiendo a técnicas de falso documental con un punto irónico. El retrato de la madre atiborrada de pastillas se inscribe dentro de un realismo malicioso. La cuestión es que si los hijos salen mal parados los padres quedan peor, puesto que son los culpables de la forma de vida materialista y dependiente que han heredado sus retoños.

Como la Paris Hilton o el Pete Doherty de turno, los jóvenes de «Alpha Dog» son unos niñatos consentidos cuya única actividad consiste en la organización de decadentes fiestas en las mansiones con piscina de sus padres. La única emoción fuerte a su alcance es la de jugar a ser chicos malos y andan todo el día demasiado colocados como para ser conscientes de sus actos. Estos inútiles se ven envueltos en un lío de graves consecuencias. El film se basa en unos hechos reales ocurridos hace ocho años y que se cobraron la vida de un menor. El abogado del principal encausado, que aún está siendo juzgado, trató de detener el proyecto cinematográfico alegando que podía perjudicar a su cliente y costarle la cadena perpetua o su ejecución.