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CRÓNICA | QUINCENA MUSICAL

Lindsay Kemp firma unos «Cuentos de Hoffmann» rutinarios y sin fantasía

La nueva producción de «Los cuentos de Hoffmann», uno de los platos fuertes esta edición de la Quincena Musical, llegó a Donostia precedida de críticas bastante malas de su estreno en Perelada.

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Mikel CHAMIZO Crítico

Es por ello que algunos ya fuimos prevenidos al Kursaal el sábado y no nos llevamos una decepción excesiva al comprobar que este espectáculo, del que se viene hablando a bombo y platillo desde hace unas cuantas semanas, no supera en calidad lo estrictamente correcto. La concepción escénica, concretamente, es uno de los trabajos más rutinarios y aburridos que ha firmado Lindsay Kemp. A diferencia de otros críticos que lo tachan de conservador, yo entiendo el ideario de Kemp sobre no forzar el significado original de las obras con las que trabaja, creando una estética de cuento de hadas que libera al aspecto teatral de reinterpretaciones personales de cualquier tipo, bien sean políticas, sociales o psicológicas, que tan de moda están entre los directores de escena en las últimas décadas.

Los trabajos de Kemp casi nunca resultan originales, pero acostumbra a suplir esa carencia con grandes dosis de preciosismo visual y de emotividad en la expresión corporal de los personajes, como ya se pudo comprobar en la «Madame Butterfly» de hace dos años. El problema de estos «Cuentos de Hoffman» es que no cuentan con lo uno ni con lo otro. La escenografía es gris, triste, la falta de mobiliario crea situaciones poco creíbles y algunas soluciones, como la forma de representar el canal en la escena veneciana, resultan hasta cutres. En cuanto al movimiento de actores, fue el gran desengaño de la velada, más aun al venir firmada por el que fue probablemente el mimo más famoso del mundo.

Kemp supo resolver bastante bien los papeles de los villanos de Lindorf, con unas dosis de fantasía casi cinematográficas, o el personaje de la seductora Guilietta, pero dio la sensación de que no sabía muy bien qué hacer con Hoffmann, errante de un lado para otro, o con secundarios como Crespel o Nicklaus. Con la muñeca Olympia tampoco ofreció nada que no se haya repetido ya miles de veces. Pero lo peor fueron las escenas de masas, como la fiesta en la taberna, la recepción en el atelier de Spalanzani o el baile de máscaras, que ofrecen posibilidades magníficas de movimiento pero que fueron solucionadas de la manera más facilona y funcional posible, es decir, dejando quietos a los miembros del coro a modo de tableaux vivants. La sensación fue la de una puesta en escena poco meditada, hecha con prisa y, desde luego, no muy inspirada. El nivel se situó algo por encima en lo musical. Aquiles Machado lleva algunos años empeñado en cantar Hoffmann, a pesar de que es bastante evidentente que hay algo en este personaje que no le va. Hoffmann es la quintaesencia del poeta romántico, atormentado y arrebatado, y esto Offenbach lo entendió perfectamente asignándole arias como `Amis, l'amour tendre et rêveur'. Pero Aquiles Machado lo canta todo a medio gas, sin garra, sin excesos, por no hablar de sus cualidades vocales devaluadas desde los brillantes inicios de su carrera y que últimamente le están dando verdaderos problemas para emitir agudos bellos.

Bastante mejor estuvo el trío de féminas. María José Moreno se las arregló muy bien con los agudos y la coloratura de su aria estrella, «Les oiseaux dans la charmille», a pesar de algún calado y de no poseer el famoso trino. La solista más sólida de la noche fue Annamaria dell'Oste, quien construyó una creíble Antonia desde las languideces de su canción inicial hasta la catarsis de su dúo final con el Doctor Miracle. Giuseppina Piunti, como Giulietta, estuvo mejor en lo escénico que en la voz, de gran proyección pero de emisión un tanto extraña en ocasiones. Felipe Bou, en su cuadruple papel de malvado, quizá no fuese un modelo vocal para Lindorf, pero cantó con solvencia y resultó muy convincente. Entre los comprimarios encontramos un poco de todo, con mención especial para el gracioso y francesísimo François Testory.

David Parry es un director muy conocido por los seguidores de Opera Rara, el sello discográfico que, como su propio nombre indica, se dedica a rescatar óperas olvidadas o poco frecuentes. Es un director con gran oficio, pero su asociación con la Sinfónica de Euskadi no arrojó frutos muy brillantes. Exceso de volumen, poca ductilidad e incontables errores que desmerecieron la que es una de las óperas más bellas del repertorio francés. Por último, el Coro Lírico de Cantabria estuvo al límite de crear situaciones de caos en un par de momentos concretos. En definitiva, una velada de ópera que tuvo sus cosas buenas, pero que en general no pasó de la mediocridad.

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