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Los nuevos herejes

Desafío al dios trabajo, dogma del capitalismo

«El trabajo es una norma tan asumida por la sociedad que ni siquiera se cuestiona». Partiendo de esta constatación, Mari Otxandi ha desarrollado una interesante reflexión sobre este valor tan sacralizado que sólo unos pocos «irreductibles» osan desafiar, cuando menos en la concepción que se le atribuye en la actualidad.

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Arantxa MANTEROLA

Los nuevos herejes. Así los llama Mari Otxandi, apropiándose del término religioso utilizado para definir a «los insumisos» -como los califica ella- que no aceptaban las tesis de la iglesia oficial y se enfrentaban a ella. De hecho, «Les nouveaux hérétiques» es el título del libro que esta socióloga de 30 años ha publicado recientemente de la mano de la editorial Gatuzain.

En un breve recorrido, que inicia en el siglo XI, la autora recuerda que la ideología del trabajo no es nueva y que se trata de una corriente de pensamiento que ha atravesado la historia durante siglos. En contraposición, refresca otras teorías casi olvidadas, especialmente la de Paul Laffargue, quien participó activamente junto a Engels y Marx (su suegro), en la consolidación del movimiento socialista. Otxandi remoza la reivindicación teorizada por Laffargue en su escrito «El derecho a la pereza» (1880) publicado en pleno auge del socialismo y que provocó gran polémica porque, en un tono irónico, cuestionaba la noción misma del trabajo tal como la conocemos en la sociedad industrial y postindustrial. Esta etnóloga originaria de Alta Savoya que vive en Donostia plantea -o se plantea, como ella misma matiza- una serie de conceptos sobre los que, por ser comunmente admitidos, raras veces se medita y, menos aún, se debate.

¿Independientes?

Por ejemplo, desde niños se nos inculca que hay que trabajar para ser independiente y para participar en el esfuerzo colectivo. Dice Otxandi que es una forma de ver las cosas ya que, en realidad, ser independiente significa valerse por sí mismo, y cuando los padres dicen eso están pensando en que su prole encuentre un trabajo asalariado y, en consecuencia, una empresa o un patrón que les contrate. «Quizás los hijos se independizarán de sus padres, pero lo harán para pasar directamente a depender de un patrón que decidirá el número de horas que debe trabajar, en qué momento, cuándo cogerá las vacaciones y que, además, podrá despedirlo cuando lo estime más oportuno. Por tanto, no hay mucha independencia en todo esto», afirma. Respecto a lo de participar en el «esfuerzo colectivo», se pregunta de qué esfuerzo colectivo se trata «porque, al fin y al cabo, la riqueza que se crea va, casi en su totalidad, a los bolsillos del patrón o de los accionistas de la empresa».

La idea generalizada de que es necesario trabajar para ganarse la vida, que se tiene éxito en la vida cuando se tiene un buen trabajo, también es examinada por la lupa de Otxandi: «Para empezar, hay un montón de gente, y cada vez habrá más, que trabaja a tiempo completo y no se las arregla. Además, ¿qué quiere decir lo de triunfar en la vida? Se equipara el éxito con ganar dinero. Es evidente que el dinero es necesario porque, por el momento, no podemos funcionar de otro modo. Pero, ¿necesitamos todo lo que compramos? ¿Necesitamos cambiar de coche cada dos años? ¿Por qué se hace cola para no perdernos el comienzo de las rebajas?».

La socióloga interpreta que todo está preparado para hacernos caer en el consumismo: «Así se hace girar la rueda de la economía que dirige el mundo y se ha convertido en la nueva religión. La gente pide créditos; los bancos se enriquecen. Todo ello hace que la producción aumente pero, sobre todo, provoca que cada vez tengamos que trabajar más para tener más dinero y poder consumir más. Hoy en día un buen ciudadano es aquel que consume mucho.»

¿Realizados?

En cuanto al cliché de la realización personal a través del trabajo, piensa Otxandi que, aunque para algunos sea cierto, para la mayoría ocurre todo lo contrario: «La gente está cada vez más estresada y deprimida. Conozco pocos que vayan a trabajar por placer. Para que nos traguemos esta idea, se nos presenta a los parados abatidos, explicándonos que se pasan el día ante el televisor, que han perdido la dignidad... Pero nunca se nos habla de aquellos que lo viven bien o que se niegan, simplemente, a participar en el engranaje del trabajo así concebido. Estos últimos son los que yo llamo nuevos herejes».

En su argumentación considera que hay que desvincular la cuestión del trabajo de la del salario: «Si se reflexiona un poco, uno se da cuenta enseguida de que lo que necesita la gente no es trabajo sino dinero, por lo que hay que separar las dos cuestiones. Hay muchos que trabajan sin obtener ingresos por ello y también quienes tienen ingresos sin trabajar. En realidad, el trabajo asalariado no es más que una forma de organización del trabajo, pero el trabajo es una actividad mucho más amplia. Por ejemplo, en cualquier asociación hay personas que realizan un trabajo impresionante pero para definirlo se habla de voluntarios o militantes cuando, realmente, se trata de trabajo».

Es por ello que en su libro analiza la noción del trabajo, lo que las grandes corrientes de pensamiento han interpretado como tal o más bien lo que nos han inculcado hasta el punto de que casi se sataniza a quienes intentan practicar otra forma de trabajo o inventar nuevas. Otxandi menciona la autogestión como una posibilidad, indicando que existe la experiencia de las cooperativas «aunque en la mayoría de los casos ya no tienen nada que ver con el espíritu inicial puesto que se han convertido en empresas multinacionales como las otras».

A gusto de cada cual

Sin embargo, se interesa más por una corriente que ella sitúa a principios de los años 70: «En la línea de los situacionistas, aparece entonces un discurso muy contestatario que denuncia la sociedad de consumo y reivindica, no el trabajo, sino la participación. Quienes mantienen ese discurso creen que si se vive como a cada uno le gusta, las personas se sentirán más realizadas y una sociedad compuesta de personas satisfechas podría desembocar en un `proceso de creación colectiva no alineante'».

Aunque todo eso sea muy teórico, para esta socióloga puede ser una pista a explorar. Reconoce que se han dado algunos intentos colectivos «con mayor o menor éxito» y recuerda que hay otros que surgen sobre bases similares, «incluso gente que se embarca en la experiencia no asalariada individualmente».

Eso sí, Otxandi aclara inmediatamente que no se refiere a quienes no hacen nada y de los que, a menudo, se escucha decir que son gente que se aprovecha del sistema de las ayudas sociales o que viven gracias a los impuestos que paga el resto y que, en su opinión, no son tantos. Tampoco otorga la etiqueta de «nuevo hereje» a los de la jet set que obviamente no trabajan en el sentido convencional del término. «Los que me interesan -explican- son los que han optado por vivir fuera del sistema del trabajo asalariado pero que realizan actividades colectivas. Es cierto que en el Estado francés muchos de ellos se benefician del RMI (salario mínimo) pero en otros sitios, en general, suele resultar más complicado y encuentran otros modos como la solidaridad, trabajar sólo unos cuantos meses al año, vivir en comunidad para minimizar gastos, realizar actividades no declaradas, incluso practican la recuperación de alimentos y objetos que se echan a la basura».

Paralelamente, hacen revivir un barrio, reconstruyen un pueblo abandonado, organizan encuentros y actividades culturales, se ocupan de estructuras asociativas, cosas que, admite Otxandi, podrían hacerse en el marco del trabajo asalariado: «Pero son reacios a ese modelo y desean otro tipo de sociedad y de relación entre la gente; no quieren engordar los bolsillos de las multinacionales. Algunos van hasta ingeniárselas para producir su propia electricidad o para acumular el agua que necesitan. Tratan de construir su propia autonomía, respetando la individualidad de cada cual, manteniendo o creando lazos sociales diferentes e intentando deteriorar lo mínimo el entorno».

Disgusta al poder

Una forma diferente de entender el trabajo y/o la vida que, sin embargo, en cuanto la experiencia funciona, no es, según la autora, del agrado del poder. «Y es que si todo el mundo hiciera lo mismo, ya no habría necesidad de la estructura del poder», afirma.

Noventa páginas en formato de bolsillo. Escuetas pero claras. En cualquier caso, un libro apropiado para reflexionar sobre una materia que en nuestro sistema está catalogado como uno de los grandes valores, casi, casi un dogma que no se puede discutir.

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