Paco Roda Historiador y trabajador social
Navarra: una razón incómoda
Tras el largo proceso que ha desembocado en la reedición del Gobierno de UPN en Nafarroa, Paco Rodas ofrece tres teorías con las que analiza la actitud del PSOE: La «teoría de la escenificación», según la cual ese partido nunca ha sido partidario de pactar con nacionalistas en Nafarroa; la «teoría de la inevitabilidad conservadora», que explica su negativa a un cambio de izquierdas, y la «teoría de la razón incómoda», que presenta a Nafarroa como «el miedo de España a su fractura».
Aquel viernes de traición, el pasado 3 de agosto, Navarra se enfrentaba a su destino. No era la primera vez. Pero no dejaba de ser un desafío atravesado por ráfagas de desasosiego. Aunque, para ser más certeros, su futuro más inmediato estaba escrito hacía algún tiempo. Sin permiso de nadie. Sin rendirle cuentas a la honestidad ni a la verdad. Y es que aquel viernes podrá pasar a la historia de las felonías más detestables de la historia política contemporánea. Porque aquel viernes se levantó sobre Navarra el panteón negro de la democracia. Aquel viernes vi a mucha gente que recorría la ciudad con el corazón sofocado por el abatimiento. Habían esperado más de dos meses para saber cómo gestionaban su esperanza de cambio ciertos personajes políticos, para más señas socialistas que, lejos de concebir la política como una pasión, más bien parecían adiestrados en el arte de la traición. Y vi a esos políticos, de quien se dice que en tiempos fueron honrados y nobles, y más aún, valientes en la defensa de su ideal, que emergían de entre las entrañas de la biografía de Joseph Fouché, un personaje que en 1793 era un exaltado ministro jacobino, cinco años después multimillonario, diez años más tarde era duque y finalmente fue nombrado ministro por Napoleón en 1815. Stefan Zweig describió magistralmente el retrato de este traidor nato, miserable embustero, tránsfuga profesional, y deplorable impostor.
Uno, qué quieren que les diga, ha venido manteniendo desde el día 28 de mayo que el cambio era inviable de la mano de este socialismo navarro. Pero en lo más profundo de mi mismo tenía confianza en un golpe de mano del destino. Porque soy de los que opinan que para ser optimistas políticos basta con mantener la fe en la utopía durante más tiempo que los demás. Pero no fue así. Por eso me hago la pregunta que muchos y muchas se hacen. ¿Qué ha impedido realmente un gobierno de coalición? Me atrevo a exponer algunas teorías. Algunas ya se manejan. Sólo trato de modelarlas un poco.
Teoría del principio del iceberg, más conocida como de la escenificación. Según esta teoría, los barones socialistas navarros y el ala derechista del PSOE no han sido nunca partidarios del pacto con los nacionalistas de Nafarroa Bai ni del giro a la izquierda en nuestra comunidad. Y esto desde el mismo día 27-M, teniendo en cuenta sus pobres resultados electorales. Desde ese día se ha escenificado una negociación, se ha teatralizado un proceso a sabiendas de que era una falacia. Sabiendo, quien sabía, que Madrid acabaría imponiendo su estrategia porque ese sector duro del socialismo más derechista quiere girar al partido hacia posiciones bipartidistas que garanticen una estabilidad a largo plazo controlada por el PSOE. Pero no era cuestión de hacerse el haraquiri político a la vuelta de la esquina. Había que ofrecer una buena imagen aquí para que el golpe de mano se diese allí, en Madrid. Y salir airosos de una timba en la que siempre se jugó con las cartas marcadas. Pero tal vez lo que nunca imaginaron en Ferraz es que Nabai iba a aguantar el combate hasta el final. Porque nunca entraron en el juego sucio de los golpes bajos, ni de la provocación a la espantada. Se forzó así una solución ya apremiada por el tiempo. De cualquier forma, esta teoría no explica el fondo, solo la forma. Para ello propongo otra tesis:
Teoría del retroceso o de la inevitabilidad conservadora: El sector duro de la derecha socialista pretende eliminar, de cualquier manera, la posibilidad de un cambio de izquierdas en España. Desde hace tiempo la contrarreforma socialista, con Bono y Rodríguez Ibarra a la cabeza, asesorados por el montaraz Pepiño el Cejijunto, pretende configurar un ciclo político definido por la alternancia bipartidista. En esta mirada larga hacia el bipartidismo, el PSOE, girando a la derecha, obtendría, según sus analistas más conservadores, notables ventajas y apoyos de la derecha social. Ello sería posible a través de un pacto constitucional que bloquease cualquier viabilidad de nuevos ciclos políticos de claro carácter renovador, progresista, republicanista o izquierdista. Ahora bien, eso sólo es posible cambiando la actual mayoría de izquierdas por otra en la que los nacionalistas de CIU y del PNV apoyasen al PSOE. Esto garantizaría, ante la enorme presión de la derecha, una reforma estatutaria descafeinada y la reedición de un proceso pacificador en Euskadi, que no de paz real, y así aislar y debilitar a la izquierda abertzale. En el lote contrarreformista habría que mantener la orientación económica y social liberal, continuadora del modelo insostenible del PP, en beneficio de los poderes económicos del país que articulan la base social de la derecha (Búster).
Teoría de la razón incomoda. Todo lo anterior explica los porqués posibles. Explica el juego de estrategias. Pero falta lo más importante. Porque explicar por qué suceden las cosas es permanecer en el juego de lo lógico y de lo ideológico. Ahora bien, explicar para qué hacemos las cosas es más complejo. Entramos así en la psicopolítica. A ver, los socialistas no tienen problemas ni en Cataluña ni en Galicia para gobernar con los nacionalistas. ¿Por qué aquí sí? Porque Navarra es más que una factoría ideológica. Es una razón incómoda. Una especie de axioma histórico no resuelto. Navarra desata las pasiones más íntimas y representa para la derecha más paleozoica un banderín de enganche, un toque de corneta o una homilía apocalíptica. Navarra representa el miedo atávico de España a su fractura. Porque por Navarra puede llegar el secesionismo norteño. Por eso Navarra está condenada a ser, en el imaginario estatal, una caverna amniótica. El refugio espiritual ante la adversidad. Y no me pregunten por qué. Tal vez Rajoy cree en todo esto. Por eso no se cortará un pelo en utilizarlo como la gran baza electoral venidera. Y por eso amenazó a Zapatero con volver a ocupar la calle con millones de personas si el acuerdo se formalizaba. O con peores chantajes. Y Zapatero cedió. Porque no quería perder una partida que le inhabilitaría para siempre. Pero no sólo por eso. Sino porque el poder de verdad, no el político, sino el que tiene capacidad para gestionar la vida y la libertad de las personas, el que define las estrategias de progreso o de miseria, el que configura los grandes circuitos de consumo y venta, el que gestiona la verdad y la mentira, el que determina nuestros puestos de trabajo, nuestros intereses personales, nuestras pasiones y nuestra esperanza o nuestra felicidad, ha visto en esta operación de cambio una amenaza muy seria. Ese poder tiene nombre y apellidos. Y usted se cruza con ellos cada día por la calle. Pero no los puede reconocer. Están ahí. Han estado ahí. Por encima de la política. Ahora bien, uno supone que estos miedos no son reales. ¡Porque hay qué ver hasta donde ha rebajado Nafarroa Bai sus pretensiones! Pero resulta muy rentable su gestión. Y la manipulación de esos miedos es lo que cuenta. Porque, como dice Borges, el futuro sólo adquiere realidad en la forma de nuestros miedos o en las expectativas de nuestras esperanzas presentes.
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