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Iñaki Lekuona Periodista

Corre Yvan, corre

Mientras en algún parque de Boston Nicolas Sarkozy corre sin que le persiga nadie, en un barrio popular de Amiens Andrei Dembski hace lo propio, sólo que hostigado por la Policía francesa. Los dos son extranjeros en ese instante de carrera. Pero el presidente de la República francesa pisa con la premeditada seguridad de saberse invitado. En cambio el paso de Andrei es inestable; avanza con la intuición temerosa del clandestino. La carrera de Nicolas Sarkozy no tiene meta. En el caso de Andrei no tuvo salida, y ahora acaba de estrellársele en mitad del camino

Mientras en Boston Nicolas Sarkozy hace footing, en Amiens su policía acosa a los Dembski. No se trata de delincuentes, sólo son inmigrantes, esa estirpe de humanos que testarudamente se obcecan en nacer bajo la mala estrella del hambre, de las guerras o de las privaciones. Nicolas Sarkozy no conoce a los Dembski, pero ellos le temen. Saben que ganó unas elecciones a su costa, a expensas de los de su casta, que prometió limpiar las calles de escoria y mandar a sus casas a los extranjeros que quitan el trabajo y el pan a los franceses de bien.

Mientras en algún parque de Boston un paparazzi fotografía la carrera de Sarkozy, una docena de policías aporrea la puerta de los Dembski. Andrei intenta huir por la ventana. Su hijo, Yvan, de doce años, quiere escapar con él. Quizá porque una familia no es expulsable del Estado francés mientras se sepa que un menor sigue en alguna parte del país. El caso es que el niño resbala y cae, y se fractura la cabeza, y a los Dembski se les revienta la carrera de la vida. La del pequeño Yvan pende de un hilo. Su padre ya no corre. Su madre tampoco. Sarkozy, en cambio, sigue en su loca carrera y no está dispuesto a parar. No conoce a los Dembski y no le importa su suerte. Ni la de las 25.000 personas que ha decido expulsar su reluciente ministerio de Identidad Nacional, Inmigración e Integración, creado para contentar al electorado de extrema derecha.

El drama particular de los Dembski, que comenzó hace años en algún lugar del Cáucaso, se repetirá en las próximas semanas y meses. La carrera de Nicolas Sarkozy depende de ello. La carrera de su ministro de la Identidad Nacional y la de los miles de policías a sus órdenes también. A los 25.000 no les queda otra meta que correr. Aunque arriesguen la vida.

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