Antonio Alvarez-Solís Periodista
Tal como son las cosas
Decíamos ayer, mi buen fray Luis, que el desastre de las Bolsas hay que buscarlo sólo en la estructura de la actual economía capitalista, interesada únicamente por una exclusiva mercancía, que es el dinero. Y hay algo que parece evidente, pese a que los economistas a la violeta aduzcan leyes como si fueran dogmas de la propia naturaleza: que el dinero es un simple medio de intercambio e iza bandera corsaria cuando no se dedica a la producción de bienes y servicios. Las leyes económicas no tienen nada de científicas y sólo surgen del deseo de quien domina el modelo conveniente para él. Cada modelo tiene sus apropiadas leyes, que son de validez interna.
La economía mundial se reduce ahora a un juego con naipes que no tienen tras ellos nada de economía real, ya que la producción de cosas, que supone el empleo sólido y el consumo estable, ha dejado ya de interesar al gran capital, al financiero y al de riesgo. Todo esto ha quedado al descubierto merced a una tragedia iluminadora a los efectos que expongo. Produce una infinita vergüenza que ante la tragedia del Perú resulten ímprobos los esfuerzos para dar con un puñado de dólares en ayuda de tanto damnificado -«no tenemos ni para ataúdes»- mientras las grandes instituciones financieras, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario, la Reserva Federal de EEUU o el Banco Central Europeo, acuden con incontables millones, en cifras colosales, para que con este dinero barato los especuladores de la Banca y de la Bolsa puedan resistir la catástrofe que ellos mismos han forjado en nombre de la eficacia del especulativo quehacer privado frente al detestable funcionamiento social de lo público. Vale decir que el dinero aportado a los ricos sale de instituciones públicas que funcionan con el dinero que lucran exprimiendo más y más a la ciudadanía. Hablemos claro y hagamos frente a este crimen internacional que en cualquier sociedad justa sería sometido a los tribunales que ahora sólo sirven para acobardar a los pobres. Los muertos del Perú acusan a los grandes corsarios. Los derrotados mueren mientras acudimos urgentemente en socorro de los vencedores.