El voto abertzale en Lapurdi, Nafarroa Behera y Zuberoa avanza sin prisa pero sin pausa
Las principales reivindicaciones planteadas por los abertzales en Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa no prosperarán, cuando menos a corto o medio plazo aunque el «voto nacionalista» está progresando y consolidándose.
Arantxa MANTEROLA
Es una de las conclusiones a las que ha llegado el profesor de Sociología en el campus de la UPV de Gasteiz, Eguzki Urteaga, tras analizar la evolución del «voto nacionalista vasco» -como él lo define- en los tres territorios desde 1963.
El también investigador en el centro Iker que colabora con el CNRS (Centro de investigaciones científicas del Estado francés), acaba de publicar su 14º libro y es, además, autor de múltiples artículos especializados en temas relacionados, en particular, con la identidad vasca en Ipar Euskal Herria: lengua, medios de comunicación vascos, instituciones, tradiciones...
En su última publicación -«Le vote nationaliste basque»- Urteaga realiza un repaso de las fases que ha conocido el movimiento abertzale y su «traducción política» a nivel electoral desde que surgiera Enbata y se presentara a las elecciones legislativas de 1967 y de 1968 en las que, debido seguramente a la efervescencia del momento político en el que las fuerzas de izquierda convencionales se impusieron, no consiguió revalidar los resultados que había cosechada en su estreno electoral.
Evolución compleja
A partir de 1969 el movimiento abertzale se articula en torno a la problemática de Hego Euskal Herria, concretamente, en base al apoyo a los refugiados que llegan cada vez más masivamente a los territorios de Ipar Euskal Herria. En esa fase no hay candidaturas a las elecciones. Entre 1974 y 1981, la influencia de las ideologías de izquierda, principalmente la marxista, se hará patente. Según el sociólogo, la aparición de la lucha armada de IK y las reivindicaciones «maximalistas: autonomía, socialismo, independencia, incluso», entre otros factores, hacen que en ese período la base social y electoral con la que cuenta el movimiento nacionalista sea «bastante reducida».
Le sigue una época caracterizada por la fuerte división (debate sobre el «frente único» y «frente unido») en el que aparecen iniciativas locales (Herri Taldeak) y culturales y en la que también reaparece la reivindicación del Departamento propio.
En la segunda mitad de los 80 se crearán fuerzas políticas «más moderadas» (EMA, EB, implantación de EA en Ipar Euskal Herria) que priorizarán la vía electoral e institucional y el voto «nacionalista» conocerá una progresión importante pero habrá que esperar a principios de los 90, año en el que nace el PNB, para que las diferentes fuerzas políticas abertzales, principalmente de izquierda se unan en la plataforma electoral Abertzaleen Batasuna que, años más tarde, se transformará en partido tras la ruptura que conoció al surgir Batasuna en 2001.
Urteaga subraya la evidencia de que el proceso de «consolidación» del abertzalismo no ha sido un proceso uniforme: «Las fases de división-unión han sido históricamente una constante». Aun así, el «voto nacionalista» ha ido implantándose lentamente pero de manera continuada. El autor del estudio estima que el movimiento nacionalista está consiguiendo, poco a poco, enraizar su voto porque ha logrado difundir sus ideas entre la población, en particular, en torno a unas reivindicaciones (euskara, Departamento...) que encuentran simpatía, incluso entre quienes no se consideran ni euskaltzales ni abertzales.
El consenso entre abertzales en torno a las reivindicaciones fundamentales asumidas por Batera (oficialidad del euskara, Departamento vasco, Universidad propia y Cámara agraria) y que más recientemente también han sido avaladas por Euskal Herria Bai, han sido, según el sociólogo labortano, un factor determinante para la consolidación de su base electoral.
Unión, premiada; división, sancionada
Cree Urteaga que el electorado premia la unión y el consenso entre las diferentes fuerzas abertzales y que, por el contrario, sanciona la división entre ellas, división que, en su gran mayoría, los electores nacionalistas no entienden y que a menudo atribuyen a contradicciones ideológicas «e, incluso, a rencillas personales» que para ellos no deberían ser insalvables.
Así explica el investigador, por ejemplo, la incomprensión que ha generado la autoexclusión del PNB de la coalición Euskal Herria Bai en las últimas elecciones legislativas celebradas en junio pasado.
Por el contrario, no piensa que la suspensión del alto el fuego de ETA en plena campaña electoral haya influido en el voto. «La práctica de la lucha armada no incide sobremanera en el voto nacionalista en Ipar Euskal Herria y, desde luego, mucho menos que en los años 70-80» afirma Urteaga.
Aunque en su análisis concluye que la evolución del voto abertzale demuestra que es un voto sólido y que avanza sin grandes altibajos, el profesor universitario no cree que vayan a darse grandes cambios a corto o medio plazo en el panorama político respecto a las principales reivindicaciones planteadas por los abertzales.
Las episódicas fases de movilización o las reiteradas demandas, incluso de buena parte de los electos locales, no han sido exitosas. El Estado ha respondido a esas crestas reivindicativas de forma diferente, en los últimos años, cambiando de una táctica de confrontación a la de consenso con la creación de entes como el Consejo de Desarrollo y el de Electos. «A partir de los 90, el Gobierno cambió a la táctica negociadora con la puesta en marcha de esa iniciativa de ordenación territorial de la que han emanado proyectos concretos y que, en determinados campos han aportado avances notables. Esa es la paradoja; el Estado no acepta un reconocimiento institucional propio pero aplica una política institucional propia».
El hecho de soslayar la concesión de unas peticiones que pudieran hacer peligrar su estructura política, «es una respuesta típicamente francesa». «Un importante electo de la costa muy implicado en el Consejo de Desarrollo me decía, no hace mucho, que el objetivo es mantener la paz social y no ceder en lo fundamental», apostilla Urteaga para corroborar su argumentación.
Para él, la concreción de las demandas abertzales podría venir, sin embargo, de los cambios que vayan operándose a nivel europeo y, en concreto, de lo que pueda advenir con la creación de las euroregiones ya que el estado jacobino estará obligado a aceptar la preeminencia de las normativas europeas respecto a las del estado.
Entre el 15% y el 20%
Eso sí, mientras tanto, cree que los abertzales irán ganando espacio electoral y cuando lleguen a pesar entre el 15% y el 20% «por la credibilidad que están ganando entre el electorado y en la vida política en general gracias a su dinamismo y al trabajo que realizan en diferentes ámbitos de la sociedad -y no sólo en aspectos identitarios-, los `grandes electos' se verán obligados a tenerlos cada vez más en cuenta, cosa que, de hecho, ya está ocurriendo en ciertas zonas, sobre todo en las citas electorales más locales en las que tienen más influencia».
Urteaga afirma que uno de los «notables» y electo durante décadas como fuera Michel Inchauspe fue el primero en captar la potencialidad de los abertzales: «Inchauspe se dio cuenta de que, poco a poco, la percepción de los electores respecto a los nacionalistas iba cambiando en sentido positivo hacia ellos, sobre todo en zonas del interior donde la gente se conoce más».
El veterano político se apercibió de que ya no valía enfrentarse sin más a sus postulados, por ejemplo, al de la creación del Departamento y, fiel al rol de puente-tampón que ejercen principalmente los diputados entre París y Euskal Herria, llegó a plantear una alternativa para crear un espacio propio (las tres B de Basque, Bearn, Bigorre) y recoger de algún modo ese sentimiento sin trastocar demasiado el andamio estatal.
Una táctica que, por el momento cuando menos, no ha convencido al movimiento abertzale y, por lo expuesto por Eguzki Urteaga en su libro, tampoco al electorado que lo sustenta.
Aun siendo una estructura institucional totalmente francesa, Eguzki Urteaga cree que el empecinamiento del Estado en no acordarlo a los territorios vascos se explica por una razón ideológico-estratégica inherente a la concepción misma de la república.
El investigador explica que en cuanto la reivindicación de un reconocimiento institucional propio se liga a un factor histórico-identitario y más aun si de por medio existe una lengua propia como es el caso en Euskal Herria, para el Estado supone, de alguna manera, el reconocimiento de una entidad que, en un momento dado, podría ser considerada como nación y que, por ende, acarrearía la posibilidad de que un día pudiese constituirse en estado: «Se trataría de una eventualidad que, de concretarse, provocaría el derrumbe de la estructura ideológica de la República francesa».
Además, el autor del estudio está convencido de que con una institución propia que reuniera los tres territorios, las relaciones con Hego Euskal Herria serían «mucho más fluidas que las actuales».
De ahí el temor del Estado y su persistente oposición a la constitución de un Departamento vasco, una oposición que, por otra parte, está fuertemente influenciada por las relaciones franco-españolas y las presiones de Madrid a París para evitar que se den avances en tal reconocimiento.