Eduardo Montes de Oca Periodista
Ultrajadas
Horror inenarrable, me digo con la frustración de quien sabe ilusorio el anhelo de una fuerza ciclópea que le permita derribar de un puñetazo a los millones de ¿seres? que hacen de la mujer chamuscada carne del infierno en los cuatro puntos cardinales
Espeluznado leo lo que, en lugar de titularse «La violencia como norma», podría pasar, digamos, como «Los anales del horror», o con cualquier rótulo como entresacado de una narración gótica. ¿Lovecraft? ¿Hoffman? ¿Poe? No, me equivoco. Mejor aparecería en el estante de la literatura policial negra. O allí donde figure la paradigmática, estremecedora «A sangre fría», de Truman Capote; o la no menos ejemplar «Operación masacre», de Rodolfo Walsh.
Tan terrible testimonio como estas obras, aunque de más sobrio lenguaje, deviene el informe cuyo resumen nos trae un cable de la agencia IPS fechado en Nueva York, por Thalif Deen. «La violencia contra las mujeres persiste en cada país como una violación dominante de los derechos humanos y un importante impedimento para lograr la igualdad del género», señala el primer estudio mundial en profundidad sobre el problema, dado a conocer en octubre de 2006 por el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan.
Esto no es historia, no. Realidad, la recurrente amiga de ojos amoratados a golpes prestos; la noticia de que se explaya la ablación genital femenina (clítoris o labios bajos cercenados), para negar a la hembra incluso el aroma del placer; los asesinatos de Ciudad Juárez, México...
Sigo leyendo (es mi sino) y estremeciéndome: Por lo menos 101 de los 192 estados miembros de las Naciones (des)Unidas no cuentan con disposiciones legales específicas sobre violencia doméstica, mientras que la violación marital no constituye delito en alrededor de 53 países. Solamente 93 tienen alguna norma jurídica que prohíbe el tráfico humano. «Las mujeres continúan siendo víctimas de acoso sexual», del mencionado trasiego y de la más flagrante discriminación.
Discriminación cuya existencia nos reafirma otro informe, éste de 2007 y también comentado por IPS, que sin ambages nos impone que la expansión de la economía planetaria de los últimos años se ha desentendido de las féminas, por lo menos en el plano del empleo, según una investigación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). «Las mujeres representan una proporción cada vez más grande tanto de los pobres del mundo como de los trabajadores en esa situación (de desocupación)».
Según estadísticas fiables, la participación de Ellas en el empleo total se ha mantenido casi sin alteraciones. En 2006 llegó al 40 por ciento, comparado con el 39,7 de una década atrás. La tasa de desempleo asciende al 6,6 por ciento de las activas, superior a la de los hombres, del 6,1 por ciento. Pero aún peor (porque las cifras no lucen tremebundas): hay toda una brecha en el nivel educacional de mujeres y hombres, y grandes dudas acerca de la posibilidad de que durante la vida laboral disfruten las necesarias oportunidades para desarrollar sus capacidades en comparación con Ellos... Ahora no hay duda de la cohorte de tradiciones, costumbres y estereotipos que perpetúan la discriminación, colocándolas en riesgo de violencia. Cuando menos.
Con el mayor respeto a las naciones mencionadas (tomamos ejemplos oreados en público por la ONU), ilustremos un caos internacionalizado: De los 1.322 casamientos celebrados en seis aldeas de Kirguizistán, casi la mitad fueron resultado de secuestros, y dos tercios no consensuados. En la culta Gran Bretaña, una Unidad de Matrimonios Forzados interviene en 300 casos al año. En la India, 6.822 mujeres fueron asesinadas en 2002 por demandas de dote. Cada año son ultimadas en todo el planeta cinco mil por sus propios parientes, en nombre del honor. En los Estados Unidos, «el 40 por ciento de las adolescentes de entre 14 y 17 años dicen conocer a alguien de su edad golpeada por un novio, y una de cada cinco universitarias experimentará alguna forma de violencia por su pareja».
Esto, un botón de muestra. Botón que podríamos regar y hacer «florecer» con el caso de la vetusta Mesopotamia, donde el secretario general de la Unión de Prisioneros y Detenidos Políticos, Mohamed Adham, ha denunciado que «jamás en las guerras de la Edad Media se han registrado tantas violaciones y crímenes contra mujeres como durante esta guerra contra Iraq».
Y hablando de crímenes, hace poco medio mundo se estremeció al enterarse de que, por desposarse con un árabe sunita y convertirse de la fe yazidi a la de él, una niña (¡17 añitos, Dios!) de Mosul fue desnudada y aporreada hasta la muerte por unos mil hombres, bajo la, afirman, complaciente mirada de la policía iraquí...
Horror inenarrable, me digo con la frustración de quien sabe ilusorio el anhelo de una fuerza ciclópea que le permita derribar de un puñetazo a los millones de ¿seres? que hacen de la mujer chamuscada carne del infierno en los cuatro puntos cardinales. Sí, se lo dice a sí mismo un convencido de que los problemas sociales -el de Ellas incluidos- sólo remiten, se resuelven, con voluntad política y cataclismos como una verdadera revolución social.
Y de que, aun así, la lucha será larga. Pero bienvenida sea.
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