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CRíTICA cine

«Hana» la falsa venganza

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Mikel INSAUSTI

Por suerte cada vez vamos conociendo mejor la filmografía de Hirokazu Kore-eda, sin duda uno de los cineastas japoneses más interesantes que ha dado la pasada década.

En 1998 obtuvo el premio FIPRESCI de la Crítica Internacional en el Zinemaldia donostiarra con «After Life», una inclasificable película que se desmarcaba del mito angelical para arrojar una mirada cenital sobre la vida de los mortales. Pero su consagración iba a llegar más recientemente con «Nadie sabe», drama realista premiado en Cannes, y que se basaba en la noticia de la madre que abandonó a sus hijos de corta edad, los cuales intentaron sobrevivir en su casa sin la ayuda de ningún adulto. Para su próximo décimo largometraje, que se titulará «Aruitemo Aruitemo», volverá sobre temas sociales de candente actualidad, a través de los problemas de un parado que está a punto de ser padre. Sin embargo, en su anterior «Hana», también presentado en Donostia, quiso aportar su particular irónico punto de vista al género tradicional histórico japonés, conocido como «jidai-geki».

«Hana» es lo más alejado que pueda haber de las películas de artes marciales, que en su versión nipona reciben la denominación genérica de «chambara». Su originalidad es tal, incluso para los propios japoneses, que no se parece en nada a las recientes revisiones crepusculares como las del veterano maestro Yoji Yamada en «El ocaso del samurai» y «The Hidden Blade», o al tratamiento moderno aplicado por Takeshi Kitano al héroe clásico «Zatoichi». Si algo comparte con los ejemplos citados es el tono desmitificador, aunque lo lleva hasta el extremo de la parodia o la irreverencia, al ridiculizar la figura del samurai en cuanto obsoleto referente histórico, del todo inservible y caduco en tiempos de paz.

El antihéroe de la función se llama Sozaemon y es un sencillo hombre del campo que, a comienzos del siglo XVIII dentro del periodo Tokugawa, viaja a la antigua capital Edo, la actual Tokyo.

Llega con la misión de encontrar al asesino de su padre, al objeto de cumplir su última voluntad. El acto de venganza le reportará además una recompensa y la entrada en un clan bajo la protección del «shogun», pero su desgracia es que no es un hombre de acción y se ve forzado a cumplir con el «bushido» o código de honor contra su voluntad. La vida cotidiana en un miserable barrio de chabolas, rodeado de vecinos entre pícaros y entrañables, le ayudará a encontrarse a sí mismo lejos del oficio de las armas. Allí ejercerá como maestro de escritura y de ábaco, resultando más útil a la comunidad haciendo lo que verdaderamente sabe y siente.

Para forjarse su propio destino pacífico Sozaemon recurrirá al ingenio en lugar de a la fuerza, liberándose finalmente de las imposiciones del viejo sistema feudal que pretendía convertirle en un guerrero. Lo hará mediante el recurso de la representación teatral de una obra popular llamada «La falsa venganza», una farsa de estilo medieval que contagia su alegría vital a la propia película con la ayuda de la extraordinaria música de Tablatura.

En ese punto «Hana» adquiere el aire de las farsas de Shakespeare, gracias a que cada personaje da rienda suelta a su capacidad para burlarse de los poderosos. Son pobres pero felices al verse libres, según un pintoresquismo y una marginalidad que los hace diferentes.

Aunque el protagonismo recae en el cantante Junichi Okada, «Hana» es una película coral con un nutrido reparto de secundarios que completa un divertido y ocurrente vecindario difícil de olvidar.

 
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